jueves, 30 de enero de 2014

Biblia y Homosexualidad

Una primera lectura de la Biblia nos lleva a la conclusión de que en ella nos hallamos ante una condena absoluta de la homosexualidad. En el A.T. encontramos pasajes muy fuertes que prohíben enérgicamente las relaciones sexuales entre hombres; e, incluso, llegan a castigarlas con la pena de muerte. “Si alguien se acuesta con otro hombre como se hace con una mujer, cometieron gran perversión; ambos han de ser muertos” (Lev 20,13). No es, pues, extraño que muchos cristianos estén totalmente en contra de esta práctica sexual y que algunos lleguen a aplicar el castigo que establece el libro del Levítico. En los EEUU son miles las víctimas del fanatismo religioso contra los homosexuales. Recuerdo unas fotografías, que me enseñaron allí, del escenario del asesinato de un homosexual.  Había sido asesinado en el comedor de su casa y en una de las paredes de la habitación donde se encontraba el cadáver, podía verse la cita escrita a mano de Lev. 20,13. Parece que esto lo justificaba todo.

A la misma conclusión llegamos cuando leemos el Nuevo Testamento. La primera lectura de los pasajes de Romanos 1,26-27, y otros parecidos (1 Co 6,9; 1Tim 1,8-10; Judas 1,7), nos confirman en la condenación de las relaciones homosexuales: “así que Dios los ha dejado a merced de pasiones vergonzosas. Sus mujeres invierten el uso natural del sexo y se entregan a prácticas antinaturales. Y lo mismo los hombres dejan las relaciones naturales con la mujer y se abrasan en el deseo de los unos con los otros. Hombres con hombres cometen acciones infamantes, y en su propio cuerpo reciben el castigo que merece su extravío”. Los pasajes son tan claros y explícitos que parece que no dejan resquicio alguno para aceptar cualquier práctica homosexual.

Sin embargo, una segunda lectura, más pausada y cuidadosa, de los mismos textos, nos suscita dudas sobre las conclusiones a las que hemos llegado en la primera lectura.

La primera duda se refiere a si el pasaje del Levítico nos afecta a nosotros los cristianos. Nos damos cuenta de que los versículos que citamos del libro del Levítico pertenecen a la porción del libro que se denomina “Código de Santidad” (Capítulos 17 al 26) en el que se dan instrucciones al pueblo de Israel, de muy diferente índole, que nosotros, los cristianos, no nos sentimos obligados a observar. Por ejemplo, prohibiciones diversas a las que no hacemos caso: comer sangre, bajo pena de ser extirpado del pueblo (17,10), sembrar un campo con dos clases de semilla o llevar ropas hechas con dos clases de tejidos (19,19), rapar en redondo la cabeza o recortarse la barba (19,27), comer animal muerto o quien haya sido despedazado por las fieras (22,8) etc. Por otra parte se da permiso –cosa que nosotros no aceptamos- para comprar y vender esclavos (25,44-46), o se castiga con la muerte al blasfemo (24,14). Entre todas estas prohibiciones está la de “acostarse con varón como con mujer”. ¿En qué difieren las prohibiciones? ¿Debemos obedecerlas todas o, por el contrario, olvidarlas como cuestiones que se referían a un pueblo y a una época, pero que no nos afectan?

La segunda duda se refiere a si nosotros, que vivimos en el siglo XXI, estamos hablando el mismo lenguaje de la Biblia y entendemos las palabras que usamos de la misma forma. Tanto en los pasajes del Antiguo Testamento como en los del Nuevo, la prohibición de relaciones sexuales entre hombres está en el contexto de los hombres malvados que corrompen la creación “como no tienen interés en conocer a Dios, Dios mismo los ha dejado a merced de una mente pervertida que les empuja a hacer lo que no deben. Rebosan injusticia, perversidad, codicia, maldad; son envidiosos, asesinos, embaucadores, malintencionados, etc. etc. (Ro 1,28-29). Es decir, la práctica de la homosexualidad se sitúa en el contexto de los vicios sexuales y de la corrupción de costumbres. Así, en el pasaje de 1ª Corintios 6, se les condena junto a los fornicarios, los idólatras, los adúlteros, los ladrones, los borrachos, etc. Asimismo en el pasaje de 1 Tim 1,8-10, se los asimila a los parricidas y matricidas, los fornicarios, los mentirosos y perjuros, etc. Y así en otros pasajes. Podríamos, pues, concluir que en la Biblia se condena la promiscuidad sexual y toda clase de vicio homo o heterosexual, pero que en ningún pasaje se contempla la posibilidad del amor y la fidelidad entre miembros del mismo sexo.

Y creo que esto debe ser subrayado y tenido en cuenta en nuestra segunda lectura de la Biblia. Porque, ni en el Antiguo ni en el Nuevo Testamento se menciona la homosexualidad como lo que en su estado puro realmente es: una peculiaridad de la naturaleza que no tiene nada que ver con las perversiones sexuales mencionadas en la. El homosexual no es un vicioso al que se debe castigar, como lo ha sido a lo largo de la historia, sino un ser humano que afectiva y sexualmente se comporta de forma diferente a los que llamamos heterosexuales. Por tanto, es totalmente injusto aplicar los pasajes que hemos mencionado a aquellos hombres y mujeres que, aún siendo del mismo sexo, se sienten atraídos entre ellos, se enamoran, se aman y deciden vivir juntos en la fidelidad “hasta que la muerte nos separe”. Esto no es perversión, ni vicio, sino otra forma de amar , ciertamente atípica, pero no por esto menos lícita ni menos digna de respeto.

Por Enric Capó para  Lupa Protestante

No hay comentarios:

Publicar un comentario