No es verdad que vivamos tiempos pos-utópicos. Aceptar esa afirmación
es mostrar una representación reduccionista del ser humano. Este no es
solamente un dato que está ahí cerrado, vivo y consciente, al lado de
otros seres. También es un ser virtual. Esconde dentro de sí
virtualidades ilimitadas que pueden irrumpir y concretarse. Es un ser de
deseo, portador del principio esperanza (Bloch), permanentemente
insatisfecho y buscando siempre cosas nuevas. En el fondo es un proyecto
infinito, en busca de un oscuro objeto que le sea adecuado.
De ese trasfondo virtual es de donde
nacen los sueños, los pequeños y grandes proyectos y las utopías mínimas
y máximas. Sin ellas el ser humano no vería sentido a su vida y todo
sería gris. Una sociedad sin una utopía dejaría de ser sociedad, no
tendría un rumbo pues se hundiría en los pantanos de los intereses
individuales o corporativos. Lo que ha entrado en crisis no son las
utopías, sino cierto tipo de utopía, las utopías maximalistas venidas
del pasado.
Los últimos siglos han estado dominados por utopías
maximalistas. La utopía iluminista que universalizaría el imperio de la
razón contra todos los tradicionalismos y autoritarismos. La utopía
industrialista de transformar las sociedades con productos sacados de la
naturaleza y de las invenciones técnicas. La utopía capitalista de
llevar progreso y riqueza a todo el mundo. La utopía socialista de
generar sociedades igualitarias y sin clases. Las utopías nacionalistas
bajo la forma de nazifascismo que, a partir de una nación poderosa, con
“raza pura”, rediseñaría la humanidad, imponiéndose a todo el mundo.
Actualmente la utopía de la salud total, gestando las condiciones
higiénicas y medicinales, que busca la inmortalidad biológica o la
prolongación de la vida hasta la edad de las células (cerca de 130
años). La utopía de un único mundo globalizado bajo la égida de la
economía de mercado y de la democracia liberal. La utopía de los
ambientalistas radicales que sueñan con una Tierra virgen y con el ser
humano totalmente integrado en ella, y otras.
Estas son las utopías maximalistas. Proponían lo máximo.
Muchas de ellas fueron impuestas con violencia o generaron violencia
contra sus opositores. Tenemos hoy suficiente distancia en el tiempo
para confirmar que estas utopías maximalistas frustraron al ser humano.
Entraron en crisis y perdieron su fascinación De ahí que hablemos de
tiempos pos-utópicos. Pero pos se refiere a este tipo de utopía
maximalista. Ellas dejaron un rastro de decepción y de depresión,
especialmente, la utopía de la revolución absoluta de los años 60-70 del
siglo pasado, como la cultura hippy y sus derivados.
Pero la utopía permanece porque pertenece al espíritu
humano. Hoy la búsqueda se orienta hacia las utopías minimalistas,
aquellas que, al decir de Paulo Freire, realizan lo “posible viable”,
hacen a la sociedad “menos malvada y menos difícil el amor”. Se nota por
todas partes la urgencia latente de utopías de simple mejora del mundo.
Todo lo que nos entra por las muchas ventanas de la información nos
lleva a sentir que el mundo no puede continuar así como está. Cambiar, y
si no se puede cambiar, por lo menos mejorar.
No puede continuar la absurda acumulación de riqueza como
jamás la hubo en la historia (85 más ricos tienen ingresos equivalentes a
los de 3.570 millones de personas, como denunciaba la ONG Oxfam
Intermón en enero de este año en Davos). Para ellos, el sistema
económico-financiero no está en crisis; al contrario, ofrece
oportunidades de acumulación como nunca antes en la historia devastadora
del capitalismo. Hay que poner un freno a la voracidad productivista
que asalta los bienes y servicios de la naturaleza con vistas a la
acumulación y produce gases de efecto invernadero que alimentan el
calentamiento global, que si no se detiene, puede producir un armagedón
ecológico.
Las utopías minimalistas, a decir verdad, son aquellas que
vienen siendo implementadas por el gobierno actual del PT y sus aliados
con base popular: garantizar que el pueblo coma dos o tres veces al día,
pues el primer deber de un Estado es garantizar la vida de sus
ciudadanos. Esto no es asistencialismo sino humanitarismo en grado cero.
Son los proyectos “mi casa-mi vida”, “luz para todos”, el aumento
significativo del salario mínimo, el “Prouni” que permite el acceso a
los estudios superiores a estudiantes socialmente menos favorecidos, los
“puntos de cultura” y otros proyectos populares que no cabe aquí
enumerar.
A nivel de las grandes mayorías son verdaderas utopías
mínimas viables: recibir un salario que cubra las necesidades de la
familia, tener acceso a la salud, mandar los hijos a la escuela,
conseguir un transporte colectivo que nos les robe tanto tiempo de vida,
contar con servicios sanitarios básicos, disponer de lugares de ocio y
de cultura y una pensión digna para enfrentarse a los achaques de la
vejez.
La consecución de estas utopías minimalistas crea la base
para utopías más altas: aspirar a que los pueblos se abracen en la
fraternidad, que no guerreen entre sí, que se unan todos para preservar
este pequeño y bello planeta Tierra, sin el cual ninguna utopía
maximalista o minimalista puede ser proyectada. El primer oficio del ser
humano es vivir libre de necesidades y gozando un poco del reino de la
libertad. Y al final poder decir: “valió la pena”.
Leonardo Boff escribió: Virtudes para otro mundo posible, 3 vol., Sal Terrae 2005.
Traducción de MJ Gavito Milano
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