Un ser humano dividido, segmentado, mutilado, es una imagen que al
construirla en nuestra mente debe darnos terror. Imaginar a Cristo
dividido es comenzar a trabajar con esa metáfora paulina de la iglesia
como cuerpo de Cristo. Pablo desarrolla ese concepto desde un marco de
problemas dentro del grupo de creyentes que se reúnen en la ciudad de
Corinto y que dentro de la prosperidad que han alcanzado como grupo han
comenzado a experimentar contiendas y división. De ahí en adelante la
metáfora de Cristo como “Cuerpo” va a ser base fundamental de la
teología paulina.
Ahora bien, no es necesario ir a 1 de Corintios 12 y abundar sobre
este concepto para notar que un cuerpo dividido hace referencia a un
cuerpo desmembrado, mutilado e incapacitado para funcionar a plenitud.
Lastimar y herir el cuerpo, privarle de sus funciones plenas es un acto
delictivo. En cualquier contexto la mutilación es condenable. Si usted
hiere a su prójimo y le causa daño en algunas de sus extremidades es
procesable y ha de ser juzgado por cometer un delito, entonces, ¿cómo
hemos de ser juzgados si dividimos y por ende mutilamos el cuerpo de
Cristo privándole de desarrollar y alcanzar la plenitud de sus funciones
a favor del establecimiento del Reino de Dios y la salvación de todo
ser humano?
Deseo acercarme a este dialogo desde los 4 puntales específicos de la
tradición Wesleyana, el conocido “Cuadrilátero Metodista” o
“Cuadrilátero de Wesley”. Ese cuadrilátero nos lleva a toda reflexión a
la luz de la Biblia, la Experiencia, la Razón y la Tradición (no están en ningún orden valorativo).
Desde el marco bíblico, el texto nos confronta con pasajes tan
desafiantes como estos textos paulinos. La plenitud de la iglesia se
alcanza en la unión, no en la separación; y desde esta plataforma el
mismo texto bíblico nos transporta a la cuidad metropolitana de Corinto
donde se encontraba gente de diversas creencias religiosas. Por lo tanto
eran comunes los cultos de predicadores itinerantes que coincidían en
la ciudad por ser esta una metrópolis. Desde este contexto, Pablo era
solo uno más entre muchos de los que llegaban a esa ciudad. Desde esa
realidad él se instaló allí predicando a judíos conversos, o sea, a
gentiles convertidos al judaísmo.
Para ese entonces la evangelización en Corintos formaba parte de una
proclamación que podía considerarse universal, porque se daba en el
contexto de una ciudad cosmopolita; por lo tanto se proclamaba la buena
noticia a personas de todas las tradiciones religiosas que podían
coincidir allí en esa época, “era anunciar la buena nueva a todas las
naciones… era experimentar el choque entre cristianismo y paganismo”
(Alfonso Schökel). Desde esa instancia, Pablo construye su visión de lo
que eventualmente se convierte en lo que hoy conocemos como
cristianismo. Y lo hace desde la pluralidad, desde la diversidad. Por
eso se le hace tan fácil mirar a ese grupo de creyentes que se va
formando como una unidad que, para cumplir su propósito y su misión,
necesita que sus miembros funcionen en armonía y en plena capacidad de
todos sus miembros, lo cual se explicita en 1 Corintios 12:18-19: “Mas
ahora Dios ha colocado los miembros cada uno de ellos en el cuerpo, como él quiso. Porque si todos fueran un solo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo?”
Y más aún, Pablo enfatiza en diversas ocasiones, tanto en Corintios
como en Gálatas que lo que nos hace un solo cuerpo es el bautismo de
Cristo a través del Espíritu Santo, y no su oficiante oficiante. “Quiero decir, que cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo; y yo de Apolos; y
yo de Cefas; y yo de Cristo. ¿Acaso está dividido Cristo? ¿Fue
crucificado Pablo por vosotros? ¿O fuisteis bautizados en el nombre de
Pablo? Doy gracias a Dios de que a ninguno de vosotros he bautizado.” (1 Cor 1:12-14)
En otras palabras, Pablo mismo no atribuía poder salvífico o regla
constitutiva de la membresía de la iglesia en manos de quien hemos sido
bautizados. Por lo tanto podríamos hacer una relectura del texto tal
que: “Quiero decir, que cada uno de vosotros dice: Yo soy del
Sacerdote católico (en lugar de Pablo); y yo del Pastor Evangélico (en
lugar de Apolos); y yo de la pastora Protestante (en lugar de Cefas)…” Y ahí Pablo se empodera para decir: “Doy gracias a Dios de que a ninguno de vosotros he bautizado.” Es
así como nos deja saber que no hay mayor valor en el bautismo de unos o
de otros, seamos católicos o protestantes. Por eso profundiza aun más
en el capítulo 12:13-14, cuando explica el concepto de cuerpo de Cristo,
y añade: ”Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un
cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos
dio a beber de un mismo Espíritu. Además, el cuerpo no es un solo
miembro, sino muchos.”
Sin ir a los evangelios, que son la fuente principal para construir
nuestra doctrina y para conocer nuestra misión conforme a los anhelos de
Dios para con nosotros, voy a citar a Pedro Casaldáliga en su libro Espiritualidad de la Liberación,
en el que tan magistralmente resume el asunto desde un concepto que el
llama Macroecumenismo, y cito: “Lo importante en última instancia, no
será el ser o no ser cristiano. Lo importante, en última instancia, será
vivir como Jesucristo, optar por lo que Jesucristo optó; trabajar ‘por
el Reino’, diríamos los cristianos.” Claro está, podemos adoptar esta
premisa si entendemos por Reino aquello por lo que Jesús luchó y que el
mismo autor describe como: “la paz, justicia, fraternidad, libertad,
vida, amor… entre todos los hombres y mujeres, y (la) comunión de ellos y
ellas con su Dios.” (pag. 236).
Ahora, visitando el segundo puntal del cuadrilátero de Wesley, la “tradición”, me refiero a un principio fundamental adoptado por diferentes tradiciones wesleyanas: “lo que nos une con otros cristianos, es más importante que aquello que nos diferencia de ellos.” Pero, más allá de la tradición religiosa, el tercer punto de este cuadrilátero, a saber, la “experiencia”,
debe llevarnos a re-visitar nuestra experiencia de vida en comunidad y
cómo, de una forma u otra, hemos podido ser receptores del
acompañamiento de Dios a través de nuestra vida y de la mano de personas
de diferente tradiciones religiosas.
El cristianismo, históricamente, no ha heredado una sola fuente
porque su mismo origen está impregnado de la experiencia de cuatro
visiones personales de la historia de Jesús: Marcos, Mateo, Lucas y
Juan. Los cuatro con una interpretación teológica diferente de los
mismos eventos, porque apuntan a la necesidad de su comunidad de fe
creciente desde la plataforma del propio contexto y experiencia vital
del autor, la misma que se convirtió en la lente desde la cual éste miró
los eventos de la vida y obra de Jesús.
Finalmente, es la “razón”, en el cuadrilátero
Weslayano, la que nos permite reunir y analizar este tema desde la
óptica paulina. Como dice la profesora de ascendencia judía Dra. Pamela
Eisenbaum en su libro “Pablo no era cristiano”, la orientación
teológica de Pablo hacia el mundo nos puede ayudar mucho cuando pensamos
sobre el pluralismo religioso (pag. 4). Pablo confrontó el problema de
las diferencias humanas, el en sí mismo judío, tanto antes como después
de su experiencia con Cristo resucitado, pero viviendo en un contexto
Greco-Romano de total diversidad religiosa y cultural. Este contexto le
obligaba a buscar la manera de comunicar el conocimiento del “Dios
único” en un mundo totalmente plural sin dejar de validar la realidad
formativa de cada cual. Así que cuando Pablo dice que no existe judío ni
gentil, ni libre ni esclavo ni hombre ni mujer, tiene que hacerlo desde
el marco del cuerpo de Cristo, con múltiples miembros, de apariencia y
función diferente, caminando hacia un fin común, para así invalidar
la superioridad de alguno de ellos y enfatizar la igualdad y la unión
de propósito en una diversidad que enriquece y proporciona dones y
talentos diferentes para edificar la iglesia en la unidad de Cristo.
Con esto concluyo citando una vez más a Pedro Casaldáliga: “Dios no
es racista ni está ligado a etnia o cultura alguna (y yo le añado a
Casaldáliga que Dios no está ligado a religión alguna). Dios no se da en
exclusividad a nadie. La revelación (de Dios) rompe los muros del Dios
judío y nos manifiesta al Dios universal.”
Por Ivelisse Valentin Vera en Lupa Protestante
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