En una revista popular un escritor concluye su artículo con estas
palabras; “El metodismo tiene mucha organización y poca teología”. Está
por verse en qué medida estamos ante un justo juicio.
Lo que sí importa destacar es como un aspecto peculiar de la vida de
una comunidad eclesiástica resulta tan destacado que oscurece otros
aspectos que, para la misma denominación, son fundamentales. Se podría
detectar lo mismo en casi todas las tradiciones, pero en el caso del
metodismo resulta un tanto paradigmático.
Se podría partir del hecho que el mismo nombre de su denominación
nace de una práctica “metódica” de oración, estudios y ayuno de sus
iniciadores. Es quizás de allí que su método y no su contenido el que se
recoge como elemento determinante de su propia fisonomía.
De la misma manera se podría decir que, en América Latina, es más
probable que se caracterice al metodismo por su liberalismo teológico y
por la acentuación en los aspectos éticos de la fe. Lo que se ha
indicado no tiene el carácter de una apología o una crítica a quien
califique al metodismo por estos rasgos marginales. Más bien intenta
señalar a la preocupación generada en el seno de la denominación por
hacer emerger los valores fundamentales que hacen a su verdadera razón
de ser, su presencia y aporte a la familia de la comunidad de fe y su
enraizamiento con el protestantismo.
Impulsados por el interés ecuménico, los estudios y la búsqueda de
una comprensión más apegada a las tradiciones, han llevado a los
teólogos metodistas a examinar sus posiciones a la luz de lo que aún
continúa siendo básico para esta iglesia: la teología de Juan Wesley, su
fundador. Esto ha determinado acentuar, en primer lugar, el hecho de
que, en sus comienzos, el metodismo no fue solo un movimiento de
reavivamiento de la vida, sino también de la teología y que ambas cosas
eran inseparables. En segundo lugar, que la teología de Juan Wesley
tiene gran similitud con los reformadores, y sus enfoques básicos
acentúan, en líneas generales, las tradiciones más aceptadas de la
teología protestante. Todo esto se destaca claramente si se hace
referencia a las afirmaciones mismas de Wesley.
Comentando los artículos de fe (básicamente los formulados por la
Iglesia Anglicana, de la que nunca se separó) dice respecto a la
iglesia: “Primero, fe viviente, sin la cual, en verdad, no puede haber
iglesia, ni visible ni invisible. Segundo, predicación, y en
consecuencia escuchar la palabra pura de Dios, pues de otra manera la fe
podría languidecer y morir. Y, tercero, una debida administración de
los sacramentos, los medios ordinarios por los cuales Dios acrecienta la
fe.”
Como se ha indicado, históricamente el problema radica en la
prioridad del énfasis. Se puede decir que el catolicismo hace hincapié
sobre el tercer punto (los sacramentos); que el protestantismo clásico
lo hace sobre el segundo, donde a la fe viviente y la debida
administración de los sacramentos se los hace depender de la predicación
y el oír de la palabra pura de Dios; y que el énfasis de las iglesias
llamadas libres se halla sobre el primer punto: la fe viviente.
Posiblemente más de uno estaría tentado a colocar a Juan Wesley en la
primera posición (fe viviente) cuando, sin embargo, su énfasis
principal es el punto de partida protestante clásico: la palabra pura de
Dios, En su Diario insiste en el hecho de que es fiel en su predicación
“a las doctrinas fundamentales de la iglesia claramente formuladas en
sus oraciones, artículos y homilías.” Wesley acentuó, una y otra vez, el
hecho fundamental “que la iglesia sea continuamente formada por el
‘evento’, en el cual la fe se engendrará por la verdadera predicación de
la Palabra.”
Es cierto que no dejó de fijar su acento sobre la fe viviente a la
vez que afirmaba que “no me atrevo a excluir de la iglesia universal a
todas aquellas congregaciones en las cuales cualquier doctrina contraria
a las Escrituras, de la cual no se pueda afirmar ser ’la palabra pura
de Dios ‘`, son algunas veces, y aún, frecuentemente, predicadas; ni
todas aquellas congregaciones en las cuales los sacramentos no son
´debidamente administrados`”.
¿A qué se debe esta afirmación? Lo que le preocupa a Wesley es la
soberanía y la libertad de Cristo. Se trata de reconocer a Cristo en
otros, aún cuando no podamos reconocer “la palabra pura de Dios” y los
sacramentos “no sean administrados en la forma debida”. Esta soberana
libertad de Dios no le llevó a despreciar ni a la Palabra ni a los
sacramentos. Hay en él una dialéctica que se mantiene entre la fe
viviente y la palabra de Dios y los sacramentos que se le debe reconocer
si no quiere pensar de su trabajo como el de un entusiasta religioso.
Es valioso aquí referir a su tan citada frase “pensamos y dejamos
pensar” con la cual parece tornar superflua toda la tradición y la
teología de la iglesia llevándonos a una anarquía subjetivista. Pero
aquí, con en toda cita sacada de contexto, se deduce una apreciación que
el mismo Wesley jamás soñó.
Se requiere mirar al párrafo completo de donde son tomadas esas palabras: “Las marcas distintivas de un metodista no son sus opiniones de ninguna especie… Quien quiera suponer pues, que un metodista sea aquel que mantiene tal o cual opinión, desconoce por completo el asunto; está totalmente errado. Creemos, en verdad, que toda la Escritura es inspirada por Dios, y en esto nos distinguimos de los judíos, los turcos y los infieles. Creemos que la palabra escrita de Dios es la única norma suficiente de fe y prácticas cristianas, y en esto nos distinguimos de la Iglesia romana. Creemos que Cristo es eterno y supremo, y en esto discrepamos de los socinianos y arrianos, pero en cuanto a todas las opiniones que no atacan las raíces del cristianismo, pensamos y dejamos pensar. De manera que cualesquiera que sean estas opiniones verdaderas o falsas, no son las marcas distintivas de un metodista”. En pocas palabras, Wesley no fue indiferente a la teología ni dejó la puerta abierta a un personalismo liberal.
Se requiere mirar al párrafo completo de donde son tomadas esas palabras: “Las marcas distintivas de un metodista no son sus opiniones de ninguna especie… Quien quiera suponer pues, que un metodista sea aquel que mantiene tal o cual opinión, desconoce por completo el asunto; está totalmente errado. Creemos, en verdad, que toda la Escritura es inspirada por Dios, y en esto nos distinguimos de los judíos, los turcos y los infieles. Creemos que la palabra escrita de Dios es la única norma suficiente de fe y prácticas cristianas, y en esto nos distinguimos de la Iglesia romana. Creemos que Cristo es eterno y supremo, y en esto discrepamos de los socinianos y arrianos, pero en cuanto a todas las opiniones que no atacan las raíces del cristianismo, pensamos y dejamos pensar. De manera que cualesquiera que sean estas opiniones verdaderas o falsas, no son las marcas distintivas de un metodista”. En pocas palabras, Wesley no fue indiferente a la teología ni dejó la puerta abierta a un personalismo liberal.
Cuando a fines de la década del 1960 las iglesias metodistas en el
Río de la Plata declaran su autonomía no lo hacen como señal de
distanciamiento, sino como expresión de un claro triple propósito.
Primero, “una mayor autonomía en el testimonio para su mayor
eficacia”, para mantener un diálogo fructífero con su propia tradición
metodista, reconocerse herederos de la Reforma Protestante y el
despertar evangélico del siglo XVIII, aceptando a la vez el hecho de una
mayoría de edad que requería la autonomía para ejercer un ministerio
eficaz.
Segundo, un desarrollo más arraigado en la misión. Expresar un mayor
compromiso con la comunidad en la que está inserta en todas las
manifestaciones de la vida de la iglesia.
Tercero, realizar lo que, como un sueño que sigue esperando su realización, se expresa en el Preámbulo de la Constitución de la Iglesia Evangélica Metodista Argentina: “Contribuirá a apresurar y hacer más factible la unidad orgánica con otras iglesias hermanas a la vez que nos permitirá una acción más decidida y consciente dentro del movimiento ecuménico”.
Tercero, realizar lo que, como un sueño que sigue esperando su realización, se expresa en el Preámbulo de la Constitución de la Iglesia Evangélica Metodista Argentina: “Contribuirá a apresurar y hacer más factible la unidad orgánica con otras iglesias hermanas a la vez que nos permitirá una acción más decidida y consciente dentro del movimiento ecuménico”.
Convicciones y sueños siempre se mezclan en todo recorrido histórico,
y la celebración de los 500 años de la Reforma Protestante, es una
ocasión para seguir anhelando la unidad de los cristianos en un
testimonio comprometido con el Evangelio al servicio del pueblo todo.
Por Carlos A. Valle en Prensa Ecuménica
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