domingo, 15 de diciembre de 2013

Reflexión Tercer Domingo de Adviento (Mateo 11: 2-6)

Juan el Bautista tenía un problema con su primo Jesús, pues no había resultado ser como Juan  esperaba que fuera. Juan había dedicado toda su vida a preparar el camino para la venida del Mesías. Había hecho todo tipo de sacrificios personales para que Jesús pudiese hacer lo que era necesario para salvar a la gente y ponerlos en libertad.

Sin embargo, en lugar de traer juicio abrasador, Jesús había estado sanando a los enfermos y resucitando a los muertos. En lugar de enfrentar a los poderosos, había estado consolando a los pobres. Si Jesús era el Cristo, ¿por qué no acaba por proclamarse  Mesías, destruir el poder de los romanos y de Herodes, y liberar a Juan de la prisión? Cada vez era más claro para Juan que tal vez Jesús podría no ser el esperado. Su creciente decepción le había llevado a preguntarse si Jesús iba a cumplir con las expectativas mesiánicas populares. Si Jesús no iba a ser lo que Juan esperaba, tal vez había llegado la hora de darse por vencido con Jesús y buscar a alguien más.

¿Quién no ha  tropezando con las expectativas de  lo que se supone debemos ser? Parece como si nuestros padres, maestros, compañeros, familiares, amigos, compañeros de trabajo, pastores, jefes, e incluso perfectos desconocidos esperan que seamos y  nos comportemos de una determinada manera - la manera que funciona para ellos/ellas. Si las voces de los otros son lo suficientemente fuertes, abrazamos sus expectativas como nuestras, como si lo que los demás esperan de nosotros es lo que se supone de alguna manera debemos esperar de nosotros mismos. Si seguimos de largo por mucho tiempo, podemos perder de vista aquello que realmente somos. Una vez que eso ocurre, ya no somos capaces de ser lo que Dios  quiso que fuéramos.

La verdad es que, aún  haciendo cosas milagrosas, alguien va a estar decepcionado de nosotr@s y no hay absolutamente nada que podamos hacer al respecto. Sin embargo, su decepción es sólo eso,  de ell@s. Podemos permitir que otros tengan sus propios sentimientos acerca de nosotr@s. No es nuestra la responsabilidad asumir la carga de su decepción.

Así como lo hizo Jesús, debemos resistir la tentación de permitir que las expectativas  habidas sobre nosotros opaquen el diseño y deseo de Dios. Resiste la tentación de convertirte en alguien que no es el verdadero "tú".  Aquella a quien Dios dio la vida, esa es la verdadera tú. Aquel que habría de venir, ese es el verdadero tú. Convertirse en el verdadero tú  será el cumplimiento de la promesa de Dios al mundo.

Mi oración en este tiempo de Adviento es que cada uno de nosotros llegue a conocer y aceptar nuestro verdadero yo para que podamos llegar a ser aquello que realmente somos. Por ese milagro, el mundo espera. Amén.

Por Rev. Obispa Darlene Garner
Consejo Episcopal de la FUICM.

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