El ateismo sistemático del siglo XIX y de comienzos del XX parece
haber ido derivando hacia diversas formas de idolatría práctica. Son
muchas las personas, también entre los cristianos, que aunque no lo
confiesen rinden culto a los ídolos. Entre las diversas formas de
idolatría moderna (poder, placer, consumo, cuerpo, deporte, ciencia y
tecnologías, patria, partido político…) quizás la más extendida y grave
es la idolatría del dinero, como señala el Papa Francisco en su
exhortación La alegría del evangelio (n 55). Este es el nuevo
becerro de oro (Ex 32,1-35) que se encarna en el fetichismo del dinero,
en la dictadura de una economía sin rostro que antepone las financias a
las necesidades humanas.
Esta es una vieja tentación. Ya antiguos poetas romanos criticaban el
hambre del “sagrado dinero” y la carta a los Efesios dice que los
codiciosos son como idólatras (Ef 5,5).
Y como todo ídolo, el dinero tiene sus santuarios, sus sacerdotes, sus exigencias que llegan hasta los sacrificios humanos. ¿Qué son sino sacrificios humanos ofrecidos al ídolo del dios dinero las víctimas de la actual crisis financiera de países tradicionalmente ricos (desahucios, millones de personas y jóvenes sin trabajo…), las víctimas de las multinacionales
en África, Asia y América Latina (hambre, mortalidad infantil, millones
de personas “sobrantes y descartadas”…), las víctimas de las guerras y
del comercio de armas (muertes de inocentes, violencia, millones de
desplazados y refugiados…), las víctimas de la explotación y trata de
personas (prostitución, venta de órganos, trabajos inhumanos), las
víctimas de la falta de escuelas (analfabetismo…), las víctimas del
narcotráfico (drogadicción con todas sus perversas consecuencias…), la destrucción del medio ambiente sacrificado a intereses económicos, etc..?
Los ídolos no permiten mirar a la realidad ni adherirse a valores humanos, se limitan a “lo que me favorece a mí”.
Ante esta nueva forma de idolatría hay que recordar las palabras del Sermón de la montaña: “Nadie puede servir a dos señores, a Dios y al dinero”
(Mt 6, 24), es decir, no se puede servir al Dios de la vida y al dios
de la muerte. La economía ha de estar al servicio del bien común con una
especial sensibilidad hacia los pobres, las finanzas han de orientarse por una ética en favor la persona que impida la desigualdad y remedie las desigualdades y la pobreza.
Si los cristianos no nos damos cuenta de esta situación, si no la
denunciamos, si no nos oponemos a ella, si no actuamos en contra,
caeremos en lo que Francisco llama la “mundanidad espiritual”, es decir,
personas que bajo apariencia de bien y con prácticas espirituales, en
el fondo son mundanas y adoradoras del dios dinero.
Para romper la atracción fetichista e idolátrica del dios dinero
hemos de dejarnos interpelar y conmover por el clamor de las víctimas de
este ídolo. A través del gemido de las víctimas humanas y también a través del gemido de la tierra, el Espíritu del Señor clama justicia.
Por Victor Codina en Redes Cristianas
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