jueves, 19 de diciembre de 2013

La humanidad: portadora de salvación

“Al sexto mes el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a un joven enamorado de otro varón que se llamaba José, de la casa de David; y el nombre del joven era Mario. Y entrando el ángel en donde él estaba, dijo: ¡Salve, muy favorecido! El Señor es contigo; bendito tú entre los hombres. Más el, cuando le vio, se turbó por sus palabras, y pensaba qué salutación sería esta. Entonces el ángel le dijo: Mario, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios. Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz a un hijo, y llamarás su nombre JESÚS. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin. Entonces Mario dijo al ángel: ¿Cómo será esto? Pues soy un varón. Respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con sus sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios. Y he aquí, tu parienta Elisabet, ella también ha concebido hijo en su vejez; y este es el sexto mes para ella, la que llamaban estéril; porque nada hay imposible para Dios. Entonces Mario dijo: He aquí el siervo del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra. Y el ángel se fue de su presencia”.
 
Seres humanos de toda condición anhelan de una u otra forma la salvación, pero ésta nunca nace donde cabría esperar. La salvación es libre intervención divina que supera lo establecido y se encarna en lo real, haciendo saltar por los aires las estructuras que hemos creado para contenerla. Hay salvaciones respetables, probables, bien vistas… que nacen y mueren dentro de los espacios sagrados que hemos creado para contenerla y controlarla. Pero la salvación divina es de otro tipo, porque emana de la libertad de Dios y de su predilección por los oprimidos.

No hay salvación para quienes quieren seguir oprimiendo, para quienes se perciben como la voluntad misma de Dios, o para aquellos que están satisfechos con el lugar que ocupan. No importa que la prediquen los domingos, lo suyo no es salvación sino una propuesta puritana más de ver el mundo. El deseo de salvación sólo puede dar a luz en personas que son conscientes de sus carencias, del rechazo, la humillación, la ignorancia o el abandono que padecen. Sólo quien se sabe oprimido y se atreve a decirle a Dios que su propuesta de salvación es imposible, puede traer al Mesías a la vida. Sólo quien acepta lo imposible, quien sabe ser sierva y no señor, puede ofrecerse para que la salvación se haga carne en medio del mundo.

La navidad no es siempre un anuncio de alegría y esperanza para el ser humano, muchas estructuras opresivas intentan manipularla para salir reforzadas y legitimadas. Una de esas estructuras es el heterocentrismo que afirma que la heterosexualidad es el único lugar donde la salvación puede hacerse presente en el mundo. Y no como un  hecho accidental, sino necesario. Sólo la heterosexualidad salva, aunque esté reprimida, espiritualizada y sea no consumada. Sólo la heterosexualidad nos legitima para entender, recibir y transmitir el mensaje de justicia y amor de Dios. La heterosexualidad es la única puerta a la que Dios puede tocar, la única oveja por la que abandonaría las otras noventa y nueve, la única tierra en la que puede crecer la semilla del evangelio, el único lugar donde puede nacer el Salvador.

Pero Dios no se deja manipular por quienes quieren ser la salvación, y por eso la hace nacer de personas que no la merecen. Los hombres que amamos a otros hombres, las mujeres para las que la sexualidad y la procreación no tienen nada que ver, somos indignos, y necesitamos ser salvados. Necesitamos ser liberados de nuestros miedos, angustias, del egoísmo y el temor. Necesitamos vivir dignamente, sin enfermedad, pobreza y miseria. Necesitamos lo que cualquier otro ser humano necesita. Y además, a veces, necesitamos la fuerza para poder amar libremente y en voz alta. La valentía para acariciar, abrazar o coger de la mano a la persona que queremos a plena luz del día o en medio de la comunidad de la que formamos parte. Somos seres humanos con muchas carencias e imperfecciones, y por ello, como el resto… o quizás un poco más; esperamos y anhelamos la salvación divina.

En ocasiones nos sentimos indignos y lejos de quienes dicen ser merecedores de la elección de Dios. Pero el anuncio de la navidad por parte del ángel de Dios, nos recuerda que los escogidos para ser portadores de la salvación no fueron sacerdotes, ni siquiera profetas, sino dos personas indignas con las que nadie contaba más que Dios. Las personas lgtb, como ellas, podemos ser lugar de revelación si nos atrevemos a decir sí a su llamado, y si reconocemos que sólo con su Espíritu podremos lograrlo. Que se haga su voluntad en nuestra vida para ser herramientas útiles en sus manos. Herramientas que traigan salud y vida en abundancia a nuestro alrededor.

Vivimos en un mundo que necesita a Dios, que necesita esperanza, dignidad y justicia. Las personas lgtb sin engañarnos a nosotros y a los demás, podemos ser lugar desde donde se anuncia y se hace presente la salvación. Y lo podemos ser sin silenciar quienes somos, como amamos y como sentimos, porque nuestra experiencia de opresión, que sin duda hemos vivido, es lugar privilegiado desde el que Dios puede actuar. Somos portadoras y portadores de vida, de alegría y esperanza. Portadores de un amor que ha sido probado por el fuego, y gracias a la acción de Dios, ha salido victorioso. Pongámoslo al servicio de los demás, podemos hacerlo. Con humildad, pero con determinación. No rechacemos la elección divina. 

Por Carlos Osma para Homoprotestantes

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