viernes, 17 de enero de 2014

Importancia, necesidad, urgencia e implicaciones de un auténtico compromiso ecuménico hoy

Voy a tratar, primeramente, de situar el tema con unos cuantos datos explicativos e históricos, muy pocos, para que sepamos de qué estamos hablando cuando hablamos de ecumenismo y por qué.

En primer lugar haré una breve descripción del término “ecumenismo” y su significado. Para ello tomaré la guía de uno de los pioneros y grandes ecumenistas de nuestro país, el P. Juan Bosch. En segundo lugar, y también muy brevemente, haré un rápido recorrido por la historia de lo que hoy llamamos “Ecumenismo Moderno”; y en tercer y último lugar, y a modo de reflexión que espero les provoque, les hablaré de la importancia, necesidad y urgencia de un auténtico compromiso ecuménico entre las iglesias cristianas en este país nuestro, tan dividido en todos los sentidos y tan indiferente ya a todo lo que se refiere a la cuestión religiosa.

1. Significado del término “ecumenismo”.

Las palabras “ecumenismo” y “ecuménico”, tienen su origen en una familia de palabras del griego clásico y que están íntimamente relacionadas con la “casa”, la “vivienda”, el “asentamiento”, la “permanencia”, la “amistad”, la “reconciliación”, la “administración”, etc. Por tanto, y ya para empezar, dense cuenta de la complejidad y riqueza del término.

“Ecumenismo” viene de la palabra griega “oikoumene”, que se relaciona con todas estas acepciones que hemos nombrado. La “oikoumene” era la “tierra habitada”; y la raíz de donde proviene, en un primer lugar, es “oikos”, es decir, “la casa”, “el lugar donde se vive”. Por tanto la “oikoumene” (ecumene) es “el mundo habitado”, “la tierra habitada”.

Obviamente, en origen, esta tierra habitada era la tierra habitada por los griegos; todo lo que no era tierra de griegos era mundo bárbaro, no civilizado. Tiene mucho que ver, y en este sentido, en primer lugar y principalmente, con la “cultura”, con una cultura concreta, con una manera determinada de entender y construir el mundo, el orden; es decir, con la cultura griega.

Posteriormente, Roma añadiría una nota más al significado del término, dándole así una perspectiva más política. Esa nota será la llamada “pax romana”. La “oikoumene” pasará a ser la tierra habitada por todos aquellos pueblos que aceptan vivir bajo esa “pax romana”. (Lo de “aceptar”, dicho sea de paso, suena a eufemismo, claro está)

Con el nacimiento del cristianismo y su expansión por todo el Imperio, la “oikoumene”cambiará de sentido nuevamente. En el año 381 el Concilio de Constantinopla llamará al Concilio de Nicea, celebrado unos años antes, “Concilio ecuménico”, y será desde ese momento que el término “ecuménico”, a parte de la connotación política, tomará un sentido eclesiológico, pues se referirá desde entonces a aquellas doctrinas y usos eclesiales aceptados (y vinculantes) por toda la Iglesia Católica.

Con la caída del Imperio, el término dejará de tener obviamente connotaciones políticas y pasará a tener ya un sentido puramente eclesiástico: la “oikoumene” será la “Iglesia Universal.

Quiero aquí llamar la atención sobre algo que me parece de gran importancia, para nosotros hoy:

En el Nuevo Testamento el término “oikoumene” aparece unas cuantas veces aludiendo tanto al viejo sentido de mundo como al imperio de Roma . Pero también, otras veces, se refiere a la transitoriedad de esta “oikoumene” que dará paso, de forma inminente, a una nueva “oikoumene” donde reinará el propio Cristo.

Lo más importante es que desde esta perspectiva, la “oikoumene” debe entenderse, y aquí viene lo extraordinario e importante, como “un proceso en continuo desarrollo que se inicia como la `tierra habitada´, que va haciéndose `lugar habitable´, la casa en la que toda la familia humana y cuya realidad no se encierra en la frontera de la historia; y donde la respuesta del hombre en esta tierra ante la llamada de Dios, es como el germen de una nueva tierra, que viene como obra de Dios, pero con la colaboración del ser humano”.

Quiero destacar algunas afirmaciones de este párrafo:

“oikoumene” como proceso en continuo desarrollo

Tierra habitada que va haciéndose lugar habitable

Casa de toda la familia humana

Realidad que apunta más allá de la frontera de la historia

Respuesta del hombre en colaboración con Dios.

Esta es la verdadera urdimbre del ecumenismo. Es en estas proposiciones desde donde hemos de ir tejiendo esa unidad de la Iglesia, querida por el propio Cristo, hasta hacerla realidad histórica y visible. Y no solo eso, me atrevo a decir que estas proposiciones también son la urdimbre necesaria para la construcción de un nuevo modelo de Iglesia que pueda ser relevante para el nuevo mundo que emerge, y que, en realidad, no es otro que el modelo querido por Jesús. Todo el Nuevo Testamento está impregnado de dinamismo, de humanidad, de unidad y de esperanza futura.

2. Ecumenismo moderno.


Cuando hablamos del “ecumenismo moderno”, nos referimos al movimiento que tiene lugar en el mundo protestante, en favor de la unidad de las iglesias surgido a comienzos del siglo XX, y con un claro interés misionero, aunque sus raíces se remontan un poco más atrás (mediados del XIX)3 y que busca la concretización en la historia de la Unidad y universalidad visible de la Iglesia, querida y expresada por el propio Jesús de Nazaret (Juan 17). El llamado “ecumenismo moderno” nace, por lo tanto, en el contexto de la misión. El sentir general era que no es posible anunciar y proclamar las Buenas Nuevas desde una realidad de rupturas y divisiones; no es coherente ni cristiano predicar a un Cristo dividido, pues es un gran inconveniente para la credibilidad de la propia Iglesia y entorpece la Misión.

Desde entonces hasta hoy han sido muchos los esfuerzos, propósitos y encuentros realizados entre las diferentes iglesias, especialmente entre la Iglesia de Roma, las iglesias ortodoxas y las iglesias históricas de la Reforma. Se han constituido importantes grupos de diálogo, que han abordado y siguen abordando las diferentes y múltiples dificultades, tanto doctrinales como eclesiológicas, que hacen, hoy por hoy, difícil la tan ansiada Unidad. Se han firmado conjuntamente muchos documentos. Los esfuerzos y acercamientos no han cesado y siguen adelante.

En lo que a nuestro país se refiere, durante todo este tiempo han habido momentos muy activos y fructíferos en el diálogo ecuménico, como los vividos en los primeros años posteriores al Vaticano II; otros menos, y otros, como es el actual, de una apatía y despreocupación tales, que algunos hablan hasta de “dura y triste agonía del ecumenismo en España”. Pero como acabamos de decir, no siempre fue así. Podemos consultar los escritos y las vidas de grandes pioneros del ecumenismo español como D. Julián García Hernando, el P. Juan Bosch, el Pastor de la IEE Luis Ruiz Poveda o D. Ramón Taibo, uno de los obispos de la IERE, todos ellos ya fallecidos; y en activo hoy como el P. Langa, el P. Manuel Muñana, el P. Benito Raposo o Jose Luis Díez Moreno, director de la Revista “Pastoral Ecuménica”,,, o las propias Misioneras de la Unidad; En estos importantes referentes comprobaremos que hubo años de una genuina y fuerte experiencia ecuménica; y precisamente, y dicho sea de paso, durante años muy difíciles.

Dice Jose Luis Diez:

“No es bueno contemporizar cuando durante años y cada vez don más intensidad se ve tan disminuida la realidad ecuménica en España. Hay que decir la verdad sobre la situación actual tan empobrecida de nuestro movimiento ecuménico […] Se insiste en hacer que se conozca que también en España viven protestantes, anglicanos y ortodoxos, se celebra todos los años la Semana de la Unidad... sin embargo nusetra práctica ecuménica es cada año más pobre, se encuentra cada día más inundada de indiferencia y cada vez tiene menos eco en la pastoral parroquial, diocesana y nacional.

Y termina el párrafo diciendo:

Buscar la unión de los cristianos es, sin duda, una de las misiones más sublimes...

Y cita, a continuación, el documento conciliar “Unitatis Redintegratio”, donde se explica, desde el punto de vista Católico qué es buscar la unidad cristiana o el ecumenismo. Esta es la realidad actual en nuestro país en lo al movimiento ecuménico se refiere. ¿Cuál es la causa de que estemos en esta situación? Posiblemente serán muchas, pero podemos apuntar algunas: la falta de una adecuada formación ecuménica en los centros de teología; el desconocimiento y por tanto la ignorancia generalizada de lo ecuménico; la suspicacia y erróneas concepciones, especialmente por parte del mundo evangélico (no católico-romano) y, desde mi punto de vista más segura y quizás importante, la casi total falta de un serio interés por fomentar el encuentro entre las diferentes familias cristianas del país.

3. Importancia, necesidad y urgencia de un auténtico compromiso ecuménico hoy.

Si tratamos de dar una definición actual del término ecumenismo y su significado, podríamos decir, en principio, que no es fácil dar una definición exacta de hecho no creo que sea posible, puesto que, como venimos diciendo desde el principio, hablamos de algo que está en continuo movimiento, no es algo clausurado, cerrado, sino que es algo dinámico. Pero si podríamos describirlo, y de manera muy sencilla, como “el movimiento de pensamiento y acción que desde el diálogo busca la unidad visible de la Iglesia”.. Hay que tener en cuenta también que el ecumenismo es diverso, es decir, existen varios modos de ecumenismo o ámbitos ecuménicos: espiritual, doctrinal, local y secular.

Ahora bien, cuando hablamos de “unidad” ¿a qué clase de unidad nos estamos refiriendo?. Y otra cuestión importante, ¿Es la unidad un fin en si misma?

A la primera pregunta hemos de contestar que esa unidad tiene que ser como la que pedía el propio Jesús, es decir, una unidad tan íntima y tan estrecha como la existente entre él y el Padre, y que está expresada en la oración sacerdotal de Juan 17: “Padre, que sean UNO, como tú y yo somos UNO”.

A la segunda pregunta, ¿Es esa unidad un fin en si misma?, formulada de otra manera ¿Para qué esa unidad?, debemos responder que obviamente no es un fin en si misma sino que tiene un propósito muy concreto: “que el mundo crea” (Jn. 17). Y esto tiene unas implicaciones muy serias; no olvidemos que la conciencia cristiana siempre tuvo muy claro que la voluntad de Dios es una propuesta continua de renovación y unidad para toda la creación, lo que implica un compromiso muy serio del ecumenismo con la realidad.

Recordemos lo que decíamos al principio acerca de cómo habíamos de entender, desde el punto de vista del Nuevo Testamento, el término “ecuménico”:

Como proceso en continuo desarrollo. Lo ecuménico forma parte del propio dinamismo del Espíritu Santo, de la propia esencia y vida de la Iglesia, por tanto goza también de una continua renovación porque se incultura en cada momento y busca respuesta y guía para cada situación. Dice el Papa Francisco, en su exhortación apostólica “Evangelii Gaudium”, en el punto 41:

“Al mismo tiempo, los enormes y veloces cambios culturales requieren que prestemos una constante atención para intentar expresar las verdades de siempre en un lenguaje que permita advertir su permanente novedad”.

Y un poco más abajo dice:

“En su constante discernimiento, la Iglesia también puede llegar a reconocer costumbres propias no directamente ligadas al núcleo del Evangelio, algunas muy arraigadas a lo largo de la historia, que hoy ya no son interpretadas de la misma manera y cuyo mensaje no suele ser percibido adecuadamente. Pueden ser bellas, pero ahora no prestan el mismo servicio en orden a la transmisión del Evangelio. No tengamos miedo de revisarlas.”

Tierra habitada que va haciéndose lugar habitable. ¿Habitable para quienes? ¿Habitable para cuantos? ¿Habitable en qué condiciones? Vuelvo aquí a referirme al texto anterior. Dice el Papa en el punto 53:

“Así como el mandamiento de “no matar”, pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir no a una economía de la exclusión y la inequidad. Esa economía mata...”

Un poco más adelante dice:

“Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder, se está fuera”. Los excluidos no son “explotados” sino desechos “sobrantes”.

La consecución de una habitabilidad plenamente humana, digna, para todos los seres de este planeta está también incluida en la esencia y en la tarea de lo ecuménico.

Casa de toda la familia humana. La Tierra es casa de toda la familia humana, nadie tiene el derecho de apropiarse egoístamente de ella. Nadie tiene derecho a quitarle la tierra de su sustento a nadie. La Tierra no es nuestra, no nos pertenece; nosotros somos de la Tierra, nosotros pertenecemos a ella. Y estos atentados son una constante ya no solo en el mundo del Sur, también en el Norte. Pero si la Tierra, como don de Dios para la realización del hombre, es casa de todos, ¡también lo es la Iglesia!. Todos y todas somos hijos e hijas de un mismo Padre/Madre; la casa de ese Padre/Madre es casa de todos, con multitud de habitaciones, pero con un mismo comedor y una misma mesa para todos. No estamos siendo hijos e hijas responsables tirando tabiques y levantando muros, construyendo cada uno su propia casa dentro de la del Padre. Incluso digo más, y aquí quiero recordar unas palabras que no estoy seguro si son de Toni de Mello, pero que yo comparto totalmente: “la Iglesia debe ser casa de creyentes y no creyentes”. ¡Cuántas guerras entre nosotros!, la mayoría de ellas por motivos políticos, religiosos o territoriales. ¡Cuantas rupturas y divisiones a lo largo de la historia!. ¿En qué lugar estamos dejando a Jesús de Nazaret?¿Cómo casar todo esto con la única señal que nos identifica como discípulos suyos: el amor de los unos para con los otros? En esta misma línea, se pregunta José Luis Diez: “¿Cómo estar en íntima comunión con el Señor y permanecer en la indiferencia ante nuestro pecado de desunión...?

Realidad que va más allá de la frontera de la historia. La Iglesia no es un fin en si misma; apunta a una realidad más allá de los límites históricos. Apunta a una realidad en la que toda la creación será una realidad renovada y nueva, y en la que Cristo será todo en todos. Esa realidad no es otra que el Reino, un Reino cuya semilla ya ha sido implantada en nuestra historia; luego la propuesta no es la Iglesia sino el Reino de Dios; y este Reino no puede construirse desde la ruptura y la división. Ningún reino sobrevive si está dividido. Por tanto en la medida que ese Reino se haga realidad en nosotros y entre nosotros, lograremos hacer de este mundo un lugar habitable, de justicia, de paz y dignidad. El Señor Jesús nos dice que “busquemos primeramente el Reino de Dios y su justicia, y lo demás vendrá por añadidura”.¡Este es el proyecto de Jesús, y no otro!. Y esto, hermanos y hermanas, no es posible si seguimos empeñados en mantener las divisiones entre nosotros.

Respuesta del hombre en colaboración con Dios. Desde el punto de vista de la Teología de la Revelación podemos decir, sin lugar a dudas, que “el hombre es capaz de Dios”, porque el deseo de Dios está inscrito en lo más profundo del corazón humano5. Dios sale al encuentro del hombre constantemente, le invita al diálogo en un abrazo de amor eterno. Dios nos llama a ser instrumentos de construcción de su Reino. Cada cristiano y cada cristiana estamos llamados, convocados, a la construcción de ese Reino. Pero si, por el contrario, somos instrumentos de división, de enemistad, ¿Cómo vamos a colaborar en la Misión de Dios? ¿Cómo vamos a permanecer, siquiera, en su amor?

Dice el Apóstol Pablo en la segunda carta a los Corintios (13:11):

“Por lo demás, hermanos, alegraos, perfeccionaos, exhortaos, tened un mismo sentir, vivid en paz, y el dios del amor y la paz será con vosotros”

Es decir, tened la misma visión en lo esencial, aun con todas las diferencias, que, por supuesto, son legítimas y enriquecedoras; lo diferente no es malo; pero tened esencialmente un mismo sentir. Y ¿cómo podremos tener un mismo sentir si no tenemos unidad entre nosotros? ¿cómo decimos que en lo esencial creemos lo mismo y, por otro lado, levantamos muros de división? ¿cómo podemos colaborar con Dios desde la ruptura?

EN CONCLUSIÓN:

En primer lugar. La búsqueda de la unidad de los cristianos, es decir, la “Tarea Ecuménica”, es totalmente legítima, necesaria y urgente; primeramente porque la unidad de la iglesia es reflejo de la mismísima unidad de la divina Trinidad y si seguimos empeñados en la división es evidente que no estamos siendo testigos fieles de esa Trinidad.

En segundo lugar, es el querer de Dios expresado en las palabras de Jesús y recogido en la oración de Juan 17

En tercer y último lugar, la lucha por la unidad de los cristianos es condición indispensable para hacer realidad la construcción del Reino anunciado por Jesús de Nazaret. No podemos construir nada desde la división, por muy grandes y poderosas que sean las instituciones que creemos.

Por el Rvdo. Juan Larios de la IERE

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