miércoles, 2 de julio de 2014

Lo pequeño es hermoso: las ventajas de ser una iglesia minoritaria

A principios de los años setenta comenzó a difundirse entre nosotros lo que más tarde se dio en llamar ecologismo, mediante revistas como Integral, Alfalfa o manuales para convertirse en agricultor autosuficiente o para iniciarse en el neorruralismo. Recuperábamos con ello cierta tradición radicada en el naturismo que fue muy popular en los años 20 y 30, y con ello, una perspectiva de tono ácrata, que marcaba distancias con el industrialismo y el desarrollismo. En aquellos textos se hacía  a menudo mención de un autor, E. F. Schumacher, un economista alemán que en 1973 publicó “Lo pequeño es hermoso”, libro que se convertiría en una de las obras más influyentes publicadas después de la Segunda Guerra Mundial. En España lo publicó Editorial Blume, en 1977 y el título se convirtió en un verdadero lema para esa nueva actitud ecologista, junto con otro muy apreciado en el mismo estilo: “Piensa global, actúa local”.

Quizá Jesús se refería a ello cuando habló del grano de mostaza (aunque la parábola tiene, a mi entender, un alcance mucho más ambicioso y estremecedor, pero de eso ya hablaré otro día). Sí, lo pequeño es hermoso, pero… ¿tan pequeño? De repente me di cuenta: mi iglesia somos cuatro gatos. Caramba. Oiga, joven, sin faltar, ¿eh? No, si el gato es hermoso. Actualmente tengo dos gatos en casa pero he llegado a tener once (vivo en las afueras del pueblo, que conste). Es magnífico ser una iglesia de cuatro gatos, incluso podría afirmar llanamente que es estupendo ser una iglesia de gatos, punto. Miau. Amén.

Pues sí, ser una iglesia pequeña es hermoso. Pero no solo porque el concepto, a primera vista, aparece como romántico. Pequeño, manejable, mimoso, inofensivo, suave… Según como se mire. El hermano mosquito que ameniza nuestros atardeceres estivales aguijoneándonos a placer también es pequeño, minúsculo, el muy infame. Es que  lo pequeño es hermoso… y práctico. Me vino a la mente como un chispazo, al asociar el lema de Schumacher a nuestra reunión eclesial. La gente asocia el concepto “iglesia” a “institución”, “poder” (espiritual o temporal), “asamblea”, “organización”, “jerarquía”, “tradición”. Palabras grandes, que buscan confirmación en la atracción de masas en lugares públicos, en la influencia en las legislaciones de los países, en la definición de los cánones de la moral pública. Pero yo ahora, cuando pienso en “iglesia” me fijo en la otra cara de la hoja. ¿Qué pasa cuando esa iglesia es pequeña y minoritaria? Lo pequeño es práctico. Veamos por qué:

 LO PEQUEÑO ES PERCEPTIVO E INTUITIVO. Como lo pequeño es frágil y sensible, tiene igualmente la facultad de percibir inmediatamente lo que sucede a su alrededor y la de intuir lo que  puede suceder. Saber captar lo que está sucediendo es una virtud incomparable en tiempos de confusión. Esa capacidad de percepción es fundamental cuando la iglesia desea situarse en la realidad y actuar de manera consecuente. No tenemos grandes medios y por tanto no tenemos grandes obstáculos ni barreras que nos separen de la realidad humana de la que formamos parte. Así, podemos convertirnos en una “antena” sensible a los “signos de los tiempos”. Somos pequeños pero con orejas y ojos grandes para comprender, y brazos amplios para acoger. Lo pequeño es cercano y por tanto puede ser amigable.

LO PEQUEÑO ES UN ESPACIO ADECUADO PARA REFLEXIONAR Y ELABORAR.  Al ser pocos nos cuesta menos compartir ideas y experiencias. Podemos ir al encuentro de unos con otros sin formalismos e intercambiar elementos con rapidez. La facilidad de percibir e intuir desemboca en la facilidad para reflexionar y elaborar. No es necesario ser grande para ser sólido; la solidez depende de la capacidad no de crecer en tamaño sino en calidad. Tenemos todo lo que necesitamos para amasar la pasta de la fe y ponerla a hornear. No es el pequeño tamaño lo que puede dificultar nuestra comunicación interna sino otro tipo de barreras que nacen de los prejuicios. El espacio pequeño es ideal para que el corazón se mueva libremente en él.

LO PEQUEÑO ES ÁGIL, DINÁMICO Y FLEXIBLE. El tamaño reducido permite la agilidad de movimientos tanto para actuar como para reaccionar. La flexibilidad es la condición de la dinamicidad. Dinámico no es simplemente rápido –que podría serlo aun sin propósito–  sino ágil y certero en un entorno cambiante.  No hace falta ser grande para ser influyente; la capacidad de influir depende de la calidad resultante del amasamiento y horneamiento de nuestra fe y de la dinamicidad fruto de nuestra agilidad. Como somos pequeños llegamos antes a los sitios y accedemos con más facilidad a lugares recónditos donde es necesario intervenir. Y por eso podemos ser bien recibidos, atentos a las necesidades de nuestro prójimo, sensibles a su llamada y prestos a atenderla.

LO PEQUEÑO ES FUERTE SI ES COHERENTE, EQUILIBRADO Y ADAPTATIVO. La flexibilidad es la condición más sólida para la fortaleza. Lo flexible se inclina ante la fuerza que lo doblega para, una vez la fuerza cesa, recuperar su forma original. La capacidad de adaptación es la fuerza subyacente a la capacidad de evolución. La potencialidad de resurgir entre fuerzas opuestas se debe al equilibrio, y precisamente lo que busca la evolución adaptativa es el equilibrio, llamado homeostasis en los seres vivos, es decir, la búsqueda y obtención del funcionamiento equilibrado de las funciones vitales. La coherencia adaptativa equilibrada de los organismos es lo que hace de ellos seres vivos. El equilibrio es señal de madurez y condición imprescindible para el desarrollo y el crecimiento.

LO PEQUEÑO ES CLARO, SIGNIFICATIVO Y RELEVANTE. A menudo lo más grande no es lo que se ve con más facilidad. Una pequeña manchita en la camisa nueva es suficiente para arruinar el estreno. Lo pequeño se hace ver cuando es inesperado: destaca lo inusual, y lo inusual puede ser pertinente o impertinente. El cristianismo es, hoy, en nuestro mundo y en nuestras sociedades, un elemento impertinente por disruptor. Como lo fue su vocación desde los inicios, pues “fuego vine a traer al mundo, y qué quiero sino que arda”. La Cruz fue signo de escándalo para unos y absurdo para otros: lo sigue siendo y de ahí nuestro papel en el mundo. El escándalo de la Ley del Amor es insuperable por ningún otro signo, más que nunca, en nuestros días. El testimonio del Amor no conoce tamaños pues no es mensurable en términos cuantitativos. Y ahí cobra el significado de aquello de hacerse pequeños voluntariamente y para ser los últimos contados entre los primeros.

Lo pequeño, pues, es hermoso porque está hecho a la medida de lo humano. Y es práctico porque nos permite movernos en esa dimensión de humanidad próxima para convertirnos en elemento de humanización. Hay dos maneras de ser pequeño: una, porque no queda más remedio; otra, por razones de simplicidad voluntaria, concepto asociado también a ese estilo schumacheriano (antes llamado austeridad, palabra, que no concepto, desprestigiada últimamente por razones obvias). También hay una tercera, que consiste en ambas cosas juntas, y me temo que esa es la nuestra. Que seamos actualmente pequeños no obsta para poner en práctica nuestra voluntad de crecer; el aprendizaje de la simplicidad voluntaria nos sitúa en mejores condiciones para cuando crezcamos. El crecimiento de un organismo vivo es lento y se produce en el interior de ámbitos cálidos, que permiten la fermentación de la masa y la consolidación en su horneado.

La cuestión del tamaño, la importancia y la influencia, en cualquier caso, no es extraña al Evangelio. Ese asunto era, según he creído entender, una de las preocupaciones de los discípulos que no comprendían, al menos no todavía, la naturaleza y alcance del Reino de los Cielos propuesto por Jesús. Una lectura de esas preocupaciones en términos de importancia y preeminencia, preocupaciones mundanas y por tanto de poder y de ego, nos puede decir mucho no sólo de su mentalidad y de su tiempo, sino también de nuestra situación y de nuestras propias congojas: es un elemento consustancial a la naturaleza humana cuando esta se encuentra frente a frente con el escándalo de la Cruz. Les preocupaba el tamaño, igual que a  nosotros, y todo el empeño de Jesús al respecto era hacer que se diesen cuenta de que incluso en aquel escenario de hace dos mil años lo pequeño era también hermoso.  De lo “grande”, la afirmación de Jesús fue tajante: “No quedará piedra sobre piedra”. Y al darme cuenta de todo esto, salí de los locales de la Església de Crist, que ahora es mi parroquia, gritando en mi corazón: “¡Tengo Iglesia!”. Maravillosamente pequeña y magníficamente dispuesta para que la hagamos crecer.

Por Gabriel Jaraba

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