martes, 25 de noviembre de 2014

La educación como instrumento de liberación desde la perspectiva de género

Hay otro mundo en la barriga de este;
es un mundo diferente y de aparición
difícil, no es fácil que nazca, pero hay
otro mundo que puede ser, latiendo en
este mundo que es” (Eduardo Galeano)


Este breve trabajo se fue abonando con las aportaciones de la Dra. Marcela Laguna Morales, facilitadora de la asignatura “Género y Educación”, y la participación de todos los compañeros y compañeras de Maestría en Pedagogía en el Centro de Estudios Universitarios del Sur y Sureste, Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.

Según Rosa Cobio Bedia, la génesis del concepto género se remonta al siglo XVII con el pensamiento de Poulain de la Barre, autor de L´egalité des deux sexes  (Sobre la igualdad de los dos sexos) publicado en 1673; De l´éducation des dames pour la conduite de l´espirit dans les ciences et dans les moeurs (Sobre la educación de las damas para la conducta del espíritu en las ciencias y en las costumbres) de 1674; y De l´excellence des hommes contre l´egalité des sexes (Sobre la excelencia de los hombres contra la igualdad de los sexos) de 1675.  Para este autor, la desigualdad social entre hombres y mujeres no es consecuencia de la desigualdad natural, sino que, por el contrario, es la propia desigualdad  social y política la que produce teorías que postulan la inferioridad de la naturaleza femenina (Amorós, 1998; 57).

En 1949 Simone de Beauvoir compartió una mirada profunda al concepto de género en su texto El segundo sexo, afirmando que “No se nace mujer; se llega a serlo. Ningún destino biológico, psíquico o económico define la figura que reviste en el seno de la sociedad la hembra humana; es el conjunto de la civilización el que elabora ese producto….al que se califica de femenino.” (Beauvoir, 1981; 247).

Por lo antes dicho, el género no es más que una categoría analítica que ha sido construida a través de los años  con la finalidad de ayudarnos a pensar cómo, a través de los procesos simbólicos, sociales, culturales y lingüísticos, incorporamos una serie de esquemas y formas de pensamiento mediante los cuales creamos un sistema de diferencias sexuadas, androcéntricas y piramidales.

Desde una mirada diacrónica vemos cómo la educación ha sido un instrumento de dominación, exclusión y discriminación. En la cultura judía de la antigüedad, la mujer estaba subordinada al hombre. Si bien es cierto que era la responsable de transmitir los valores a las hijas y a los hijos, no se le permitía fungir como Rabina, maestra de la ley, y menos formarse con un Rabino.

Platón decía que la mujer es resultado de una degeneración física del ser humano y que sólo los varones han sido creados directamente por los dioses. Para Aristóteles las mujeres eran varones estériles, y la razón por la que un hombre domina en la sociedad es su inteligencia superior. En la Grecia antigua quien enseñaba era el hombre, y en la Roma clásica tampoco la mujer tenía los mismos privilegios que los hombres. Su participación en la educación era muy restringida. Después de dos mil años, se ha hablado muy poco de mujeres filósofas.

Los denominados padres de la iglesia vieron a la mujer como seres inferiores, de manera que no podían ser educadas con seriedad como los hombres. Agustín de Hipona, refiriéndose a la mujer, decía que el cerebro más débil debe servir al cerebro más fuerte, razón por la que no deben ser educadas en forma alguna; Epifanio las consideraba de inteligencia mediocre; Tertuliano decía que eran las responsables de haber destrozado la imagen de Dios, “el hombre”.

Para Tomás de Aquino, la mujer es un fracaso masculino, no creada en su totalidad a imagen de Dios, como algo defectuoso, imbecilitas, aborto, falto de cualidades (Arana/ Salas, 1994; 37). Dijo Tomás de Aquino, refiriéndose a la mujer: “Tú eres la puerta del demonio….Eres la primera desertora de la ley divina…A causa de tu deserción, incluso el Hijo de Dios tuvo que morir” (Summa Theologica, 172).

En el México precolombino la educación fue también un instrumento de exclusión. Cuando una niña nacía inmediatamente la comadrona mencionaba su destino:

“Habéis de estar dentro de casa, como el corazón dentro del cuerpo, no habéis de andar fuera de ella; no habéis de tener costumbre de ir a ninguna parte; habéis de tener la ceniza con que se cubre el fuego en el hogar; habéis de ser las piedras en que se pone la olla; en este lugar entierra nuestro seños, aquí habéis de trabajar, y vuestro oficio ha de ser traer agua, moler el maíz en el metate: allí habéis de sudar junto a la ceniza y el hogar” (Larroyo, 1981; ). La madre era la encargada de la educación doméstica de las hijas y de los hijos. Después de los catorce años, la mayoría de las mujeres no tenía la posibilidad de acudir a una escuela pública. Las hijas de la nobleza sí podían recibir una buena educación, sólo que lo hacían en una escuela especialmente de doncellas denominada calmécac femenino.

Para que la educación sea un instrumento de liberación integral se requiere iniciar un proceso de deconstrucción, tanto de fondo como de forma. Deconstruir no en el sentido de disolver o destruir, sino en el de analizar las estructuras del elemento discursivo para depurar el lenguaje educativo desde la perspectiva de género. Este proceso debe llevarse a los hogares, las instituciones educativas de todos los niveles, las iglesias, las organizaciones de la sociedad civil y las dependencias gubernamentales.

Si bien es cierto que para incidir en la educación pública en México se requiere ser parte de la Secretaría de Educación Pública, y que como para ser parte de ese organismo educativo hay que estar a bien con el sistema del gobierno de turno, resulta imposible que personas con espíritu contra-hegemónico puedan trabajar en su interior. Corresponde a la sociedad civil y a las iglesias con una tealogía- teología liberadora la articulación de redes donde se analice y reflexione en torno a los modelos educativos existentes, el contenido de los libros de texto a partir de la educación pre-escolar, el currículo escolar y los programas de estudio.

Para que la educación sea un instrumento de liberación y de transformación integral requiere: ser contextualizada y heterogénea en lugar de homogeneizarla; superar el antropocentrismo epistémico que evidencia cierta jerarquización de lo humano en relación con otras especies; la deconstrucción de los saberes androcéntricos donde intervengan diversos rostros y sujetos del conocimiento que emergen en los “bordes” del saber y que estructuren nuevas conciencias que permitan repensar una educación liberadora y transformadora (López Murcia/ Ortega Echeverría, 2012; 247); la no violencia como horizonte ético-epistemológico y pedagógico en lugar de seguir defendiendo “verdades absolutas y postulados universalistas”; la construcción de un pensamiento decolonial en virtud de los marcos ideológicos educativos que se han dado desde la racionalidad occidental que dista mucho del contexto latinoamericano y de las comunidades marginadas (Pilar Cuevas sustenta que la interculturalidad epistémica critica la monoculturalidad del saber y pone el acento en las diversas cosmogonías y pensamientos originarios (Cuevas, 2012; 77); una educación centrada en el placer,  en lo lúdico y en la ternura (Hugo Assmann habla de la urgencia de introducir en la escuela el principio de que toda la morfogénesis del conocimiento tiene algo que ver con la experiencia del placer. Cuando está ausente esta dimensión, el aprendizaje se convierte en un proceso meramente instructivo (Assmann, 2013; 28); donde la tecnología esté al servicio de la vida (Boff, 2009; 32) y no a la inversa considerando que a través de ésta es posible aumentar o disminuir las posibilidades de una educación para la solidaridad; ser crítica con los sistema hegemónicos, propositiva y estar en constante revisión; liberarse de la dicotomía “educación formal e informal, conocimiento científico y empírico”; educar-se comunitariamente en una cultura de paz y estar siempre en aprendiencia (estar en proceso de aprender); rescatar la sabiduría originaria, especialmente aquella donde la actitud “cuidado” y re-ligación integral fueron los componentes principales.

Los espacios educativos van más allá del concepto reduccionista de escuela. Cada encuentro se convierte en un lugar de aprendizaje y desaprendizaje. En cada encuentro se comparte y se sueña la liberación. Parafraseando a Paulo Freire: “Nadie libera a nadie, ni nadie se libera por sí. Hombres y mujeres se liberan en comunión”. Y es que, en definitiva, lo que la educación ha de buscar siempre es “la liberación integral del ser humano en armonía con toda la creación”.

Por Reynaú O. S. Marroquín en Lupa Protestante

No hay comentarios:

Publicar un comentario