miércoles, 18 de marzo de 2015

El Padre Nuestro: renovando nuestra identidad cristiana

En la oración del Padre Nuestro está condensada la esencia del mensaje cristiano. Tanto en la versión de Mateo como en la de Lucas, encontramos cinco temas fundamentales que nos permiten reflexionar sobre lo que significa nuestra identidad cristiana en la actualidad: la paternidad, el Reino de Dios, el pan compartido, el perdón, y la lucha contra las tentaciones y el mal.

Pero, antes de adentrarnos un poco más en el significado de estos temas, es importante recalcar la importancia de que Jesús haya resumido el legado de toda su enseñanza en forma de oración, no de parábola, ni de discurso, sino de oración.

Las escuelas de los rabinos tenían oraciones que reflejaban la razón de ser del grupo, permitiendo la identificación de sus miembros. Así las diferentes escuelas se reconocían entre sí por su oración. Por lo tanto, la oración de Jesús debía y debe ser y estar en conformidad con el mensaje que Él predicó y que nos predica cada vez que nos acercamos a la Biblia, para permitir identificarnos cada día de nuevo con Él y con la comunidad cristiana universal.

Por otro lado, orar implica relacionarse con Dios, con lo sobrenatural, y con los demás. No se trata de repetir cosas ni de aprendérselas de memoria. Implica estar en relación: en relación con nosotros mismos, en relación con los demás, en relación con la naturaleza, y en relación con Dios. Y es necesario admitir que estos cuatro tipos de relaciones se han dañado por nuestras decisiones y comportamientos. Sin lugar a dudas, el ser humano es un ser social, que no puede sobrevivir de forma aislada y que busca siempre comunicarse con su entorno, instaurando una red de relaciones.

Pero, acerquémonos un poco más a este mensaje, a este legado de Jesús. El comienzo de esta bella oración le da todo su sentido.

“Padre Nuestro”… En la cosmovisión judía, Dios es percibido como Creador y no como Padre. Para los griegos, Dios es un Ser Supremo, sin sentimientos, alejado de la creación y de la humanidad. Jesús nos aporta otra imagen de Dios: la del Padre. Nos llama a reflexionar sobre la relación del ser humano con la figura paterna, reflejada en Dios. De esta manera, la familia representa la relación con Dios. La tradición judía, que era también la de Jesús, nos habla de un Dios que infunde miedo. Jesús aporta un cambio drástico en esta imagen, entablando una relación íntima y afectiva con Él.

En la actualidad, el concepto de padre se ha degradado. Muchos son los padres que tienen hijos/as y después se despreocupan de ellos/as. Sin lugar a dudas que uno no se convierte en padre solo por el mero hecho de engendrar. Por lo tanto, esta oración nos exhorta a cambiar, a revitalizar el concepto de paternidad que podamos tener, inspirándonos en la relación que nos modela Jesús con Dios/Padre.

Además de esto, la oración especifica que no es “padre mío”, es “nuestro”. Lo “nuestro” implica la parte humana, apela al sentido de pertenencia, a la universalidad, al elemento comunitario. Esto significa que si se excluye a alguien, no es posible decir “nuestro”. Por lo tanto, la comunidad cristiana está llamada a ser una comunidad incluyente. Y cuando decimos incluyente, es de manera total y completa, sin que ningún ser humano quede fuera de ella.

El segundo elemento es más que un elemento. Es todo un evento, una plataforma. A pesar de no existir uniformidad sobre su sentido exacto, todo el Nuevo Testamento habla del Reino de Dios. Se trata de un término ambiguo con múltiples significados, puesto que ninguna definición expresa totalmente todo lo que implica. Según las Escrituras, es un Reino eterno, universal, ya en marcha pero cuya consumación es futura. También es posible identificar sus cinco fases: el Reino como proyecto de Dios, su revelación, su inauguración, su desarrollo y su plenitud. Es un Reino que incluye todas las razas y pueblos, que alimenta, consuela y abraza. Es la realización de un nuevo paradigma, cuyo modelo es Jesús. De esta manera, lo divino llega a nosotros a través de lo humano. Por lo tanto, su localización es el ser humano y por eso, no debemos buscarlo fuera de nosotros. De esta manera, estamos llamados a aceptar la dimensión humana de Dios y necesitamos santificar lo profano. Se trata de sanar todas las relaciones rotas en las cuatro dimensiones ya mencionadas (nosotros mismos, la naturaleza, los demás y Dios). Sin embargo, es también un Reino que crece por la Gracia de Dios y no por esfuerzo humano. Los seres humanos estamos llamados a ser colaboradores de “este (de-) venir”, favoreciendo su plena realización. Y la clave para esta realización es la ética.

En la actualidad, la imagen del Reino es una imagen que se ha politizado, interpretándose la misma religiosidad según el sistema político. Cada vez que repetimos esta oración, a través de esta demanda, le estamos pidiendo a Dios que envíe otro sistema, reconociendo el fracaso de los sistemas actuales, así como la insuficiencia humana y la debilidad moral. Se trata de una colaboración con Dios para la realización plena del Reino, cada uno haciendo su parte. Nosotros podemos ayudar a su realización por medio de los valores éticos, el amor y el compromiso mutuo, y crear comunidades más justas e incluyentes.

El tercer elemento que encontramos es el del pan compartido. La mención del pan  nos recuerda el fruto de nuestro propio esfuerzo y nuestra relación con la tierra, haciendo de ella una eucaristía. La eucaristía se presenta, por tanto, como una celebración en el diario vivir. Se establece también una relación entre el trabajo y la necesidad (no entre trabajo y producción o eficiencia), subvirtiendo los modelos económicos que promulgan opresión y esclavitud, ya existentes en la época de Jesús y todavía existentes en nuestros días. Cada uno debe recibir salario conforme a sus necesidades y no conforme a las horas trabajadas, recordándonos siempre que la justicia divina es diferente a la humana. Además, el comer juntos no puede ser un signo de separación. Debe ser una señal de unión y no de discriminación, evitando así la exclusión explicita. Compartir el pan no solo con los amigos, sino con los enemigos, los marginados, los excluidos, los olvidados del sistema: enfermos de SIDA, prostitutas, homosexuales, ladrones, asesinos, etc. convirtiéndoles en parte integrante de la comunidad, devolviéndoles su dignidad, tal y como Jesús lo hacía.

En cuanto al perdón, es probablemente uno de los imperativos morales más difíciles de lograr. Para alcanzarlo, debemos luchar contra nuestro ego, contra nuestro orgullo, contra nuestro dolor. Sin embargo, Dios hace uso de las ofensas que nos han causado y que causamos, permitiéndonos aprender siempre algo de ellas (tanto cuando somos ofendidos como cuando ofendemos). Se trata de una lucha interna que debe conducir a un cambio interno. Para esto muchas veces necesitamos tiempo y esfuerzo. Perdonar significa lograr ver a Dios en el otro/a, es reconocer el rostro de Dios en el otro/a, porque siempre queda algo de Dios en cada ser humano, a pesar de las ofensas, del daño y del dolor causado. Es indudable que el perdón tiene una dimensión divina. Le damos parte a Dios en nuestras relaciones, y por lo tanto, cuando perdonamos, es Dios en nosotros.

La mención de las tentaciones nos trae a la mente el problema del mal. Sin lugar a dudas, el mal es la negación del Reino de Dios. Esta oración nos invita a  luchar y vencer la tentación de responder a la violencia con violencia, aportando otra propuesta: la del amor. Vivimos en una época de deshumanización, de falta de respeto por los seres humanos y por toda la creación. La erradicación del mal depende también de cada uno de nosotros, no solo de Dios. A veces nos parece una tarea inmensa, pero a través de esta oración, Jesús nos desafía a aportar nuestro pequeño granito de arena a la lucha contra el mal, en todas sus manifestaciones.

En conclusión, el Padre Nuestro es todo un programa, un resumen breve del Reino de Dios. Es una oración que nos reta y que nos recuerda que la venida del Reino depende de cada uno de nosotros. Indudablemente se trata de la oración de Jesús, pero nos toca realizarla a nosotros y, por lo tanto, al pronunciarla debemos pensar, creer y realizar lo que afirmamos en ella. A través de ella, Jesús nos exhorta a convertirla en Verbo, en acción transformadora, cada día, en cada lugar y cada momento, como individuos independientes, pero siempre formando parte de un grupo más amplio, universal e incluyente: el grupo de sus seguidores.

Por Greta Montoya Ortega en Lupa Protestante

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