¿En qué consistió el pecado de Sodoma? ¿Es realmente un pecado
sexual, como quiere interpretarlo el debate contemporáneo sobre la
homosexualidad? ¿Qué mensaje ofrece Génesis 19 si partimos desde la
misma propuesta del texto bíblico? Estas notas quieren evitar
interpretaciones reduccionistas y plantean la importancia que tiene el
uso de una adecuada hermenéutica.
Dos observaciones previas. La primera, se debe tener en cuenta que no
es sencillo definir “pecado”, porque remite a un problema complejo que
ha acompañado la historia humana: el problema del mal.
Existe una tendencia a definir el pecado como meras “transgresiones” a
reglas morales; y no es así, pues aunque incluye la transgresión y la
culpabilidad, la noción de pecado es algo más mucho más profundo:
incluye el misterio de la ceguera humana, y su apego, a la capacidad de
destruir a los demás y a sí mismo.
Segunda observación, el pecado se define de un modo en el lenguaje
doctrinal, o en la teología dogmática, pero en la Biblia se muestra de
modo diferente, con un lenguaje que tiene la forma literaria y que
comunica un mensaje de salvación.
Es fundamental darse cuenta que la Biblia no es un manual de moralidad
ni un libro con definiciones doctrinales; no, la Biblia es historia de
salvación que nos interpela. El Dios que se revela en las Escrituras
siempre está llamando a la conversión, a reconocerle y a responder de
acuerdo a la misericordia con que Dios actúa.
El pecado de Sodoma, y su castigo, se narra en Génesis 19, pero el
relato comienza en el capítulo 18. Allí, Dios visita a Abraham en Mamré y
tiene lugar la conversación en la que Dios reitera su promesa de darle
un hijo a Abraham (eran ya largos años de espera con respecto a esa
promesa), Sara se ríe y Dios le dice que al año siguiente tendrá un hijo
y se llamará Isaac (risa). La risa de Sara es por lo que está pensando
(el v. 12, en hebreo, dice: “después de gastada, voy a sentir placer
sexual [‘edná]?) pero en esa situación tan imposible, reside el
poder de Dios para cumplir su promesa (v. 14 ¿qué hay imposible para
Dios?), que es una promesa de salvación para todos, pues en Abraham
serán bendecidas todas las familias de la tierra.
Y entonces, antes de partir, Dios le habla a Abraham sobre Sodoma. La
expresión del v. 17 es peculiar: Dios se pregunta cómo puede ocultarle a
Abraham lo que viene y los vs.18 y 19 muestran la confianza de Dios
puesta en Abraham y la intimidad que les une. La expresión hebrea yêda’tiv
(le conozco) tiene el sentido de esa confianza íntima. Aquí podemos
destacar dos cosas que contrastan con el pecado de Sodoma: Abraham es un
estupendo y diligente hospedador con sus invitados (18:2-8) y los
habitantes de Sodoma actuarán de modo radicalmente opuesto. Por otro
lado, vemos dos significados opuestos del verbo hebreo yadá’ (conocer íntimamente, tener sexo): mientras que la relación de Dios con Abraham es cercana, de confianza total (v. 19, yêda’tiv), en cambio los de Sodoma quieren agredir sexualmente a los invitados de Lot (19:5 yêda’h). Son las acciones y actitudes en el relato, radicalmente opuestas, las que determinan el sentido que tiene el verbo hebreo.
En 18:20 Dios dice que han llegado a sus oídos una “denuncia” (en hebreo ze’acá,
“querella”, es un término técnico jurídico que designa la petición de
ayuda de quien se siente gravemente lesionado en su derecho, la RV60
traduce “clamor”) de la extrema maldad de Sodoma y Gomorra.
Como vemos, Dios se dirige a verificar este reclamo de quienes
sufrían la violencia de la injusticia. Y entonces tiene lugar el famoso
diálogo de amigos, entre Dios y Abraham (18:23-33). Es una conversación
formidable, porque vemos en juego la íntima confianza, el regateo de
Abraham, la incansable paciencia de Dios para bajar la cuota de justos y
así perdonar a Sodoma y Gomorra. Es un bello texto que nos muestra a un
Dios que baja el listón de modo inimaginable (¿se perdona a toda una
ciudad por 50 justos, 45, 40… por tan sólo 10? ¡Sí, por la ridícula
cantidad de 10 se le perdonará!). Sobre todo, la Biblia quiere dejarnos
claro que Dios tiene un incasable propósito de salvar, de redimir.
Pero el capítulo 19 nos muestra el extremo de la maldad de los habitantes de Sodoma. Lot acoge a los visitantes (en hebreo mal’ajím,
mensajeros) y les hospeda, como es propio de la culturas orientales del
mundo antiguo (el derecho de hospitalidad era algo sagrado). Pero los
ciudadanos de Sodoma vienen y quieren violarlos (v. 5). El verbo yadá’ se
traduce por acostarse con ellos, como ya dije, pero el relato deja en
claro que se trata de una agresión sexual colectiva, que incluye “desde
el más joven hasta el más viejo” (v. 4). No es que toda la población
masculina fuera homosexual, sino que todos quieren participar de la
agresión sexual contra los visitantes. Sabemos que la violencia sexual
es propia de toda situación de dominación, de fuertes sobre débiles,
sobre todo en situaciones de guerra, pero es inconcebible que se
pretenda violar al huésped de un vecino que cumple con el deber sagrado
de hospedar.
Es un relato que muestra la crudeza extrema de la maldad, la
violencia que se ejerce contra el prójimo. Los profetas interpretaron
así la maldad de Sodoma y Gomorra: Isaías 3:9; Ezequiel 16:49; Jeremías
23:14. Jesús también interpretó la maldad de Sodoma como pecado que
rechaza la buena nueva, es decir que rechaza a Dios: Mateo 11:20-24;
Lucas 10:10-12.
El mensaje de la Biblia es profundo, rico, inexhaurible, pero además
es un mensaje vivo que nos interpela para volvernos a Dios. Por eso me
parece lamentable el reduccionismo de la interpretación contemporánea
sobre la homosexualidad, que hace uso del relato del pecado de Sodoma
para sus argumentos.
Hay otros textos bíblicos que se pueden (y se deben) debatir, pero
este relato tiene un mensaje distinto: en medio de la profunda (e
incomprensible) maldad humana extrema, hay un Dios que quiere salvarnos y
que se propone actuar para que esa salvación alcance a todos, incluso
al pobre Lot que se guía sólo por lo que ven sus ojos (13:10-11). Por
eso la Biblia destaca el papel de Abraham, que se fía de la promesa, aún
cuando sus ojos no vieran nada y seguía esperando en Dios, porque sabía
que es fiel y que cumple su promesa (Santiago 2:23). Sabemos que esa
promesa se hizo carne y vida en Jesucristo, y creemos que en su muerte y
resurrección Dios nos hace vivir en la sobreabundancia de su gracia.
Por Victor Hernández en Lupa Protestante
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