¿Cuándo encontraré un Dios misericordioso (Martín Lutero)
La gran pregunta de arranque de lo que supuso para Europa la Reforma Protestante no fue tanto que Martín Lutero
clavase sus 95 tesis sobre la puerta de la Catedral de Wittemberg, un
31 de octubre, para dar inicio a un debate teológico, sino su propia experiencia personal ante esta búsqueda del Dios misericordioso.
Es cierto que se ha fijado el episodio de las 95 tesis, por su
contenido y significado, como la fecha que se celebra anualmente como
inicio de la Reforma, no obstante, tanto en los precursores de la
Reforma como Juan Hus (1372-1415) en Bohemia o John Wyclif (1320-1384)
en Inglaterra, como en los reformadores posteriores lo importante era la autenticidad en la relación con Dios.
Martín Lutero (1483-1546) entendió un día que Dios
no era un juez que pesaba en su balanza los méritos humanos, sino un
Padre, que en su misericordia, quería sacar a su criatura de su caída y
hacerla participar de su santidad y de su felicidad. Descubrió que el corazón de Dios es la bondad, la misericordia y la gracia.
Los reformadores desde diferentes ángulos y fuentes, Lutero (reformador en Alemania) se inspiraba principalmente en el apóstol Pablo, Bucero (reformador en Estrasburgo) en los evangelios o Oecolampadio (reformador en Basilea) en los escritos joánicos, llegan a la misma conclusión: Dios es amor.
Esta convicción se impone en ellos para enfrentarse a la teología
nominalista y escolástica de la época, rígida y dogmática, para subrayar
la importancia de la gratuidad, de la gracia, en su relación con Dios.
Predicarán a favor de un Dios muy distinto al que se predicaba en la Edad Media,
más sostenido en el miedo y el pago de indulgencias, que apuntaba al
Dios-Juez implacable, ante el que solo podían encontrarse a través de
las mediaciones, fundamentalmente de la iglesia. Las personas solo
podían enfrentarse a sus angustias, y en la época eran notables, a
través de remedios relacionados con el sacrifico, de sumisión, económico
o de absolución sacerdotal. Las reliquias o los santos ofrecen un
contacto casi físico con la divinidad. Posteriormente la Iglesia
Católica ha hecho también su propia reforma o “aggiornamento”, sin
embargo algo de ese acento perdura.
Paul Tillich, teólogo alemán del s. XX, señala que
este acento se sitúa sobre la realidad de la presencia de Dios en
ciertos lugares, objetos, instituciones, textos y ceremonias. A través
de ellos Dios tiene un rostro concreto y se hace tangible. El acento de
la reforma protestante es iconoclasta, rompe con la imagen, pero también
con el dogmatismo, eclesiocentrismo, ritualismo y sacramentalismo. La
presencia de Dios no es material sino espiritual. La relación con Dios
es un acontecimiento por medio del Espíritu y no por medio de una
institución. Tillich señala que ambos acentos se necesitan y son complementarios, aunque de manera conflictiva.
Este cambio de acento, como en la experiencia existencial de Lutero,
se produce en los reformadores protestantes insistiendo en el Dios de
amor. Subrayaran diferentes aspectos, por ejemplo Zwinglio (reformador de Zurich) insiste en el buen pastor (Juan 10, 11-14), Martín Bucero cambiará en todas las liturgias de Estrasburgo la invocación de Dios por la formula bíblica de “Padre”. Juan Calvino (reformador de Ginebra) dice que lo que importa es contemplar el rostro benigno de Dios: “Si
tenemos la menor chispa de la luz de Dios, que nos descubre su
misericordia, somos suficientemente iluminados para tener una firme
seguridad”.
Para el protestantismo la relación con la misericordia de Dios es una palabra de liberación, de perdón que ofrece confianza y compromiso.
Los reformadores buscaran confrontar a cada persona con la Palabra de
Dios, en la Biblia, la predicación y los sacramentos, para que cada uno
encuentre una relación saludable con Dios, una relación auténtica. Es a
partir de esta relación, por medio de la acción del Espíritu, que la
misericordia se traduce en compromiso con la humanidad, para que la
igualdad, la justicia, la ética y la paz alcancen a toda criatura.
Apelarán a la libertad de conciencia, como compromiso responsable con
ese Dios de amor, y al sacerdocio universal de todos los creyentes, como
compromiso comunitario e igualitario, para la transformación de la
sociedad en la perspectiva del Reinado de Dios.
Un ejemplo claro de esta misericordia y su extensión a toda criatura fue la Declaración de Barmen (1934), a cuyo Sínodo asistieron por ejemplo Karl Barth o Dietrich Bonhoeffer, que afirmó que “la
Iglesia es una comunidad de hermanos unidos en el amor de Cristo y
rechaza cualquier doctrina que pretenda que deje esta convicción para
supeditar su mensaje a los vaivenes de la política (Efesios 4, 14-16)”.
Frente a la barbarie del nazismo, la misericordia –amor de Cristo– no
permitía a la iglesia ser cómplice del desprecio por la vida de algunos
seres humanos, judíos, por ejemplo.
Hoy necesitamos de este compromiso con la misericordia de Dios para no ser cómplices de ninguna clase de barbarie,
por cierre de fronteras, exclusión social o cualquier otro tipo de
discriminación. Lutero encontró al Dios de misericordia e hizo de Él su
bandera en el compromiso a favor de la libertad cristiana.
Por Alfredo Abad en Entre Paréntesis
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