sábado, 7 de junio de 2014

CMI: Mensaje de Pentecostés 2014

A nuestros numerosos amigos y familia en Cristo:

Con ocasión de la festividad de Pentecostés, les transmitimos nuestros deseos de amor y paz en el nombre de Jesús. En esta festividad del calendario cristiano hay mucho que celebrar y ver, a través de nuestra fe secular, en el Verbo vivo entre nosotros, y en la inercia y el apremio de un mundo que encierra grandes amenazas y grandes promesas en cada una de sus células. Estamos llamados, nuevamente, a participar en la liturgia de la Creación.

En el Evangelio que fue proclamado a toda la Creación entrevemos claramente la esperanza y la promesa de Pentecostés: Dios renovará la faz de la tierra. Es difícil imaginar otro momento en la historia en el que esta esperanza pudiera adquirir la amplitud y el significado que la revisten hoy, y no nos referimos solamente al saneamiento o la recuperación ambiental. Ninguna otra era ha revelado tan nítidamente la estrecha conexión entre el gemido de la Creación y el quebrantamiento de la vida y la comunidad humanas. La vida de la humanidad, con sus riesgos y oportunidades, está ligada de manera evidente a la vida de la Creación.

El propósito de Dios, que se manifiesta de manera tan significativa en el don milagroso de las lenguas de Pentecostés, como se describe en el segundo capítulo de Hechos de los Apóstoles, es reunir todas las cosas del cielo y de la tierra en Cristo. “Aquel que separó a los que conspiraban en la torre mediante distintas lenguas, hoy reúne las distintas lenguas de las naciones en el sagrado aposento alto” (himnario armenio, san Nersés Shnorhali, siglo XII).La vitalidad de esta promesa contrasta drásticamente con la alienación de la vida humana y la vida de la Creación en nuestros tiempos. La Creación de Dios, el contexto necesario que nos da Dios para nuestra santidad, nuestro desarrollo y nuestra identidad, es hoy testigo del sufrimiento y el pecado que distorsiona y destruye la vida humana, y mancilla la propia matriz de dicha vida.

Así pues, en Cristo, se nos revela una realidad pentecostal de la Creación. San Máximo el Confesor describe nuestro mundo como un arbusto ardiente impregnado con el fuego de las energías de Dios, como nos recuerda Su Santidad el Patriarca Bartolomé. Esta perspectiva, en este momento de Pentecostés, le confiere una profundidad nueva al significado de la oración del tema de nuestra Asamblea de Busan en octubre y noviembre del año pasado: “Dios de vida, condúcenos a la justicia y la paz”. Imploramos que la promesa y el espíritu de Pentecostés desciendan sobre nosotros, para ser revelados en nosotros y hacernos uno. ¡Ven, Espíritu Santo!

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