domingo, 8 de junio de 2014

Pentecostés

 El viento sopla por donde quiere, y aunque oyes su sonido, no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así también sucede con todos los que nacen del Espíritu.

Juan 3:8

Dos eventos son los que marcan el nacimiento de la Iglesia, la Pascua y el Pentecostés, ambos de origen judío, y que para el siglo I, estos dos eventos llegarían a ser fiesta de la Iglesia y quedarían marcados como eventos históricos para el fundamento de la fe. El primero proclama la victoria de Jesús sobre todo lo que es muerte, destrucción, pecado, deshumanización, su victoria proclamada en la resurrección. El segundo, la llegada del Espíritu Santo, para dar poder, autoridad y fuerza al testificar del mensaje del Evangelio que la Iglesia proclama en torno a Jesús y su Reino.

En un mundo y sociedad que estamos viviendo, es menester dejarnos guiar por el Espíritu, para que nuestras palabras y acciones desafíen a los seres humanos e impulsen un cambio que produzca vida. Como llamados/as, tenemos esa encomienda y desafío, de crear estructuras que produzcan vida, tanto dentro de la Iglesia como fuera de ella. El mensaje del profeta Joel retomado por Lucas, debe de ser una constante en la comunidad, ya que el Espíritu ha llegado para quedarse entre nosotras/os: “Y después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestras jóvenes verán visiones. Y también sobre los siervos y sobre las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días.”La llegada del Espíritu abre en nosotros nuevos rumbos de vida, nuevos caminos por donde transitar, llevándonos siempre a lugares indescriptibles e inescrutables, muchas veces produciendo en nosotros/as alegría, y otras veces dolor.

Cuando el Espíritu llega a nuestras vidas, nos hace renacer para vida, y en ese renacer nos hace soñar, soñar que otra Iglesia es posible: una Iglesia más inclusiva, a la que no le importe el género, la raza, el estatus social, la edad, etcétera. Una iglesia solidaria, llena de gracia y amor para los más desvalidos y olvidados, marginados y oprimidos, una iglesia menos fundamentalista, religiosa y fanática y más abierta a caminar guiada por el Espíritu Santo.

Renacer en el Espíritu nos hace soñar que otro mundo es posible, siempre y cuando como Iglesia asumamos el reto de seguir a Jesús, confiados en que el Espíritu nos guiará y hará grandes proezas. En este otro mundo posible, nos hace soñar la esperanza en medio de un mundo hueco, vacio, desesperanzado, viviendo en el miedo, el terror. Nos hace soñar que la vida es bella y que vale la pena vivirla. Nos hace ver el mundo como Dios lo ve y colaboramos con él para que el sueño de Dios, sea un sueño de todos (Isaías 65:17-25, Apocalipsis 21-22).

El Espíritu ejercer cada una y uno los carismas o dones, ya que ello no se pueden ocultar, y de hacerlo el Señor mismo nos lo demandará. La ordenación de mujeres al ministerio del pastorado, episcopado y diaconado, no es un capricho como muchos han querido ver, ciertamente puede sonar a rebeldía, tal vez lo es, pero es por obediencia y fidelidad a la Palabra y al Espíritu Santo, que nos hemos atrevido a ejercer tales acciones, y aunque eso nos ha llevado a quedar fuera de las estructuras eclesiásticas, eso no nos detiene, y muchos menos puede detener lo que el Espíritu Santo quiere ejercer en cada ser humano, hombre y mujer. “¡Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres!” (Hechos 5:29).

En el día de Pentecostés, el Espíritu Santo no vino exclusivamente a los doce apóstoles, no vino sólo a unos pocos creyentes que estaban reunidos con temor o que cuidaban la doctrina. Vino a muchos. Y al celebrar la festividad del Espíritu Santo en Pentecostés, la Iglesia debe de recordar que la fuerza del Evangelio y el poder de la Iglesia, radica en la fuerza del Espíritu, fuerza que da a su pueblo y no en lo que unos cuantos quieren y pueden hacer. El Pentecostés rinde un homenaje a la Gracia de Dios, que vino en forma indiscriminada y masiva, y en forma pública y notoria.

¡Celebremos pues, el Pentecostés!

Por el Rev. Silfrido Gordillo Borralles en Lupa Protestante

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