sábado, 10 de octubre de 2015

Iglesia de la Comunidad Metropolitana: una buena noticia

Nacida por iniciativa del reverendo Troy Perry en Los Angeles -año 1968-, la Iglesia de la Comunidad Metropolitana se autodefine: “comunidad cristiana capaz de aceptar a toda persona para brindarle el apoyo espiritual que en otras comunidades religiosas les era negado”. Figúrese, amado lector, a quiénes acogerá con particular dedicación: efectivamente, a gays y lesbianas, vejados por la cúpula del catolicismo y la de alguna otra confesión. No se trata de una de esas comunidades para jugar a las casitas con lo sagrado, pues ICM no es una iglesia de la Srta. Pepis, sino del Evangelio: algo serio, y cristiano, y fraterno.

Estos días, por ese azar cristiano que se llama Divina Providencia, he podido mantener conversaciones con dos de los líderes franceses de ICM: Thierry Séréno y su esposo, Fabrice Lebert, responsable de pastoral en Montpellier. Me han regalado un leccionario bíblico de esta iglesia, y algunos documentos importantes, como sus Reglamentos, elaborados hace años.

Leyéndolos, se descubre una verdadera y sensata realidad eclesial. Al contemplar su acogida al personal homosexual, siento aún más dolor cuando constato de qué manera la jerarquía de mi amada iglesia católica, la misma que me transmitió la fe, nos rechaza e insulta, nos tortura y a veces provoca el suicidio de jóvenes homosexuales. Se plantean, pues, para todo gay y lesbiana de sentimientos católicos, tres opciones, que paso a exponer mediante ejemplo.

Pongámonos ante un caso hipotético, disparatado acaso. Suponga el amable lector por un momento que el cardenal Carles fuera gay. Siga suponiendo que Su Eminencia calme de cuando en vez sus meridianos ardores con chicos (gratuitamente o previo pago). Conocemos su amplia trayectoria homófoba. Don Ricard María podría: persistir en el disimulo y la homofobia, salir del armario y defender en la iglesia católica los derechos de los gays, o pasar de todo e ingresar en la Iglesia de la Comunidad Metropolitana más cercana. Pero esto es sólo una suposición, por descontado.

Esta Iglesia de la Comunidad Metropolitana ha elaborado multitud de documentos, algunos realmente interesantes, particularmente los exegéticos, esto es: lectura actual, sumamente liberadora para los gays, de aquellos textos bíblicos que para otras iglesias suponen una condena taxativa de la homosexualidad y sus prácticas. Así, en consonancia con la hermenéutica más solvente, el pecado de Sodoma no consiste en un intento (por otra parte, fallido) de calzarse por popa a los ángeles de Yahveh, sino un atentado contra aquella hospitalidad tan cara a los pueblos semíticos. Es precisamente uno de los méritos de la ICM: haber reunido un cuerpo interpretativo de los textos sagrados del judeocristianismo y restaurar, en su genuina luminosidad, la intención de los autores sagrados.

No pretenden separar a nadie de su tradición religiosa, por lo que nos encontramos ante una iglesia ecuménica: puedes ser católico, reformado u ortodoxo en su seno, sin abandonar lo más mínimo tus creencias, prácticas o devociones. “Dios te ama tal y como eres”, es su divisa, con atención sustantiva a la comunidad gay. Entre sus objetivos, confrontar “la injusticia de la pobreza, el sexismo, el racismo, y la homofobia”. Afirman que la ICM “no es un espacio de tolerancia, sino de respeto”. No quieren ser una iglesia dogmática, sino con una fe crítica y en continuo aprendizaje.

Frecuentemente realizan celebraciones matrimoniales entre personas LGTB y sus pastores/as tambien se pueden casar; tal fue el caso de Thierry con Fabrice. Ejemplo a seguir por gobiernos e iglesias.

En la XX Conferencia General de la ICM, celebrada en Canadá en Enero de 2003, fueron aprobados los Reglamentos de esta institución. Se constituyen como organización cristiana con una estructura fraternal no piramidal, aunque jerarquizada. No hay un obispo/a supremo al frente, sino un consejo episcopal (iglesia, pues, eminentemente sinodal), y cada comunidad cuenta con la guia de un pastor/a.

Para terminar, y volviendo al colega de nuestro ejemplo, hipotético gay en activo, ¿qué hace la criaturita? Puede hacerse cristiano ICM, claro es; puede seguir con su esporádico sexo mercenario, y acudiendo al confesionario sin propósito de enmienda; pero puede también, con rigor y coraje, salir del armario, levantar la voz y luchar dentro de su propia iglesia… Por esta posibilidad hemos optado muchos.

ICM estará bien para algunos, seguramente. Para otros, combatir desde dentro de sus homófobas y retrógradas estructuras eclesiásticas, aguantando hasta la sangre del alma. Lo importante es la conciencia de lo que se es, y la lucha por la liberación global, de la que la batalla gay forma parte sustancial. ¿Lutero, o San Ignacio? Dos opciones igualmente válidas. Y un solo Dios verdadero.

Por José Mantero en Religión Digital

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