En poco menos de un mes he tenido ocasión de asistir a dos
acontecimientos de carácter interreligioso: el VI Parlamento Catalán de
las Religiones 2015, celebrado en Gerona el 17 de octubre, que bajo los
auspicios de AUDIR (Asociación UNESCO para el Diálogo Interreligioso),
con sede en Barcelona, se ha venido celebrando desde el 2005 en varias
ciudades de Cataluña y del País Valenciano, y, el 14 de noviembre, al
Encuentro Interreligioso de Sabadell, mi ciudad, menos conocido, pero
que este año ha llegado ya a su decimosexta edición anual, organizada
desde sus inicios por el Grupo de Diálogo Interreligioso de Sabadell. Ha
sido una satisfacción participar en ambos acontecimientos, tanto por lo
que se suele aprender en ellos, como por la sensación de compartir
aspiraciones de paz y de diálogo con personas pertenecientes a
diferentes creencias religiosas y con las cuales existe, como
denominador común, un profundo respeto por la diversidad.
Pero, durante los años que llevo dedicado a estos menesteres, he
podido descubrir que, fuera de las élites especializadas, tanto el
ecumenismo como el diálogo interreligioso tienen que vencer todavía el
desconocimiento popular, cosa que, por otro lado, es normal en un país
donde la población vuelve a estar angustiada por garantizarse muchas de
las necesidades básicas y, por lo tanto, más prioritarias que lo que no
dejan de ser, aparentemente, entretenimientos propios de clérigos.
En el caso del ecumenismo, una de las causas de
dicho desconocimiento la encontramos, justamente, en la palabra
“ecumenismo”, difícil de pronunciar y de entender. Pero es la palabra
que en teología se usa para referirse de manera inequívoca a la
corriente que lucha por el reencuentro y reunificación, mediante el diálogo y la comprensión, de las diferentes confesiones cristianas, que por razones históricas se han ido separando. Sin menoscabo, en mi opinión, de conservar la pluralidad actual de matices.
Para mi sorpresa, he encontrado personas -incluso en establecimientos
eclesiásticos de uno y otro signo- que tienen dificultades para
pronunciar la palabra “ecumenismo” y tienden a decir “economismo”,
confundiendo “ecuménico” con “económico”. Así, pues, he acabado por
asumir que lo que conviene más es trabajar en una tarea pedagógica
constante para explicar a todo el mundo que “ecumenismo” viene de la
palabra griega oikoumene, la cual expresa desde hace años el
concepto de unidad consensuada, y tratar, hasta donde sea posible, de
superar ese reto que el nombre plantea a la cosa.
En cuanto al diálogo interreligioso, que como su nombre indica es más bien un espacio que se abre a la comunicación entre varios sistemas religiosos y espirituales
(budistas, cristianos, judíos, musulmanes, etc.) para conocer sus
principios y enseñanzas, a menudo se presenta en forma encuentros y
conferencias, pero, en cambio, hay muy pocos espacios específicamente
diseñados para la plegaria interreligiosa, tema del cual convendrá hablar otro día.
Como observador del fenómeno, puedo decir que en nuestras ciudades
hay comunidades religiosas que asisten a los diversos espacios de
participación, y otros que hacen del aislamiento su forma de
supervivencia. Permitidme una anécdota: conozco un cura que admite de
buen grado el ecumenismo, pero en cambio se niega en redondo a asistir a
encuentros interreligiosos… con “paganos”. Igual pasa con ciertos
pastores evangélicos, que huyen nada más escuchar la palabra
“ecumenismo” porque la identifican con la antigua aspiración
católica-romana de reunir a todos los cristianos bajo la autoridad del
papa. Así, el fundamentalismo es una mancha que salpica todas las
religiones, y, por extensión, resulta un obstáculo para la convivencia
social.
Afortunadamente, dentro del espacio geográfico que me es más cercano,
la comarca barcelonesa del Vallès Occidental, con casi un millón de
habitantes y con un porcentaje de población musulmana estimada en el 10
por ciento, singularmente en la ciudad Terrassa, la más poblada, ni
rige una sola confesión, ni, de momento, hay guerra de religiones.
Gracias en gran parte a la actuación de las administraciones públicas
democráticas, y a la cordura de la misma población, se puede afirmar que
disfrutamos de un equilibrio aceptable, sin episodios de violencia
sectaria, a pesar de que dicho equilibrio es más bien pasivo: podríamos
decir que se halla en punto muerto.
Hace falta, pues, continuar luchando – a pesar de los crueles
atentados que están golpeando el corazón de Europa- para que del
equilibrio pasivo demos un salto cualitativo hacia la auténtica
convivencia activa, basada en la consideración y en el respecto al otro.
Y este reto nos afecta a todos: ciudadanos, autoridades civiles,
religiosas y militares, centros educativos, y, especialmente, a los
medios digitales o tradicionales de comunicación, debido a que son
agentes determinantes en el proceso de formación de la opinión pública.
Por Antoni Ibañez-Olivares en Lupa Protestante
Por Antoni Ibañez-Olivares en Lupa Protestante
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